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Escapadas

Cuenta Alonso Zamora Vicente en su libro ‘Primeras hojas’ cómo un personaje se enfurruña y un buen día decide irse de casa. ‘Escapada’ se titula el capítulo. «En una bolsa de tela puse, escogiéndolos, unos calcetines y un pañuelo, y el metro metálico que se cerraba a manivela». Episodio propio de la niñez. A mí me llama la atención el escuálido equipaje con que se marcha el personaje y en especial ese metro metálico «que se cerraba a manivela» y que debía de ser, primer tercio del siglo XX, un verdadero prodigio para la época. Tesoro sentimental para su dueño. Cuando yo era joven, un amigo también protagonizó una fuga de casa. Su escapada le llevó algo más lejos que al personaje de Zamora Vicente, que apenas deambuló durante varias horas alrededor de su barrio. Mi amigo, viajando como polizón en un autobús, consiguió llegar a otra ciudad alejada cientos de kilómetros de la suya. A los amigos nos sorprendió más que la escapada en sí, el hecho de que portaba como único equipaje un viejo despertador de cuerda del tamaño de un tazón de desayuno… En realidad aquella escapada nos pareció extraordinaria, legendaria, sobre todo por el despertador. ¿Para qué necesitaba un adolescente rebelde y airado aquel objeto? ¿Acaso para mantener una última conexión directa, mecánica, con el orden y la disciplina de la que parecía escapar? Nosotros nunca lo supimos. Ni nos atrevimos a preguntárselo. Él simplemente nos explicó, al regreso, que el despertador había sido su único compañero de viaje y que en ningún momento lo perdió de vista.
Las cosas han evolucionado. Supongo que los niños siguen expresando su rebeldía pero ahora en vez de dar un portazo y correr a la calle para escaparse de quienes les llevan la contraria, se encierran en el ‘territorio libre’ de su habitación y se refugian en la realidad virtual del ordenador, del teléfono móvil o de la tableta digital. Un espacio, por desgracia, más peligroso que las azarosas calles de anteayer. Escapar sin salir de casa.
Si hablamos de jóvenes ya es otro cantar. Sus escapadas no son fruto de conflictos generacionales sino hijas de la necesidad. Y no escapan temporalmente, sino que se ven abocados a dejar su casa en busca de un futuro que les regatea la propia tierra. Es verdad que no marchan con la maleta de cartón como sus padres o sus abuelos, se van con un titulo universitario bajo el brazo y la esperanza con hambre de futuro. Gente joven afectada por lo que la ministra Báñez llamaría «movilidad exterior» o por lo que la secretaria general de Inmigración y Emigración, Marina del Corral, atribuyó al «impulso aventurero», en vez de a la cruda necesidad de un puesto de trabajo. Las escapadas de esos jóvenes, decía, no inquietan por dirigirse a lugares ignotos, sino por parecer inevitables y multiplicarse como una maldición. En casi todos los pueblos y en casi todas las ciudades de Extremadura. Por suerte, los jóvenes no tienen que cargar con ningún reloj despertador. Les basta el calendario perpetuo y el GPS del móvil por si en algún instante la palabra regreso representa algo más que una palabra y cobra sentido.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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