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El pequeño Nicolás

EL Lazarillo era un superviviente, el pequeño Nicolás es un vividor. España es el país de la picaresca literaria pero a mí me parece que en general estamos mucho más cerca de Don Quijote y Sancho que de Lázaro de Tormes. Al Lazarillo la necesidad le empujó a buscarse la vida a dentelladas, a golpe de ingenio; al pequeño Nicolás no le empuja la necesidad sino el figuroneo; no le acucia comer, sino aparentar. Pura exhibición y egolatría.
De todas formas, nos gusta apadrinar a los marginales, aunque la marginalidad pueda venir determinada paradójicamente por el exceso de riqueza. En nuestro imaginario colectivo llegaron a ser referentes del éxito personajes como Blesa o Roldán, lo mismo que lo fueron Jesús Gil, Bárcenas o la gran familia Pujol… Gentes que se pavonean por las pasarelas de la gloria terrenal hasta que les golpea el mazo de la justicia (o del reproche social) y despiertan del sueño. También los hay en el otro extremo de la escala. Las hemerotecas aparecen repletas de marginales ricos y de marginales pobres. Diría incluso que la verdadera ‘gloria’ la consiguen aquellos a quienes les han sacado cantares, esos a quienes inmortalizan los artistas: «Macarra de ceñido pantalón, / pandillero tatuado y suburbial», que escribió Sabina en la canción dedicada al delincuente ‘El Jaro’. O la que le brindó al ‘Dioni’, tras el famoso robo del furgón: «La de noches que he dedicado yo a planear / un golpe como el que diste tú con un par».
Frente a la gloria gris de haber protagonizado sumarios con miles de páginas y escándalos financieros o de corrupción política descomunales, los marginales pobres inspiran a cantantes como Joaquín Sabina o a escritores como Manuel Alcántara, quien en 1996 al morir ‘El cojo Manteca’ le dedicó una columna genial y le inmortalizó para la historia de las manifestaciones estudiantiles y del periodismo patrio: «Todo el mundo protesta por algo, pero él protestaba por el mundo. Enarbolaba sus muletas, que eran como la tizona y la colada de este emperador suburbano y alcanzaba los más altos objetivos», escribió con piedad e ironía el poeta Manuel Alcántara.
Vistos con perspectiva, esos marginales del extremo inferior nos resultan seres auténticos, sinceros campeones del error y esforzados buscavidas, gente capaz de inspirar canciones de buen rollo o columnas laudatorias. La misma sensación que nos queda cuando leemos las divertidas historias de los grandes pícaros de la literatura. ¿Pero qué sucede con los personajes del extremo opuesto? ¿Qué ocurre con la saga de los Pujol, los Bárcenas, Blesa, los condenados del caso Malaya, los que están pendientes de los ERE o esa patulea de trincadores, convictos, confesos y entre rejas que han vivido por encima de sus posibilidades a costa de las nuestras? Esos no tendrán ni poeta ni cronista que cante sus gestas, tan solo la gloria gris de los sumarios judiciales. ¿Y el pequeño Nicolás? A mí me parece que no llega ni a pícaro ni a marginal del extremo superior. Apenas un figurante obsesionado por retratarse al lado de poderosos. La espuma de la fama. Pura filfa. Carne de ‘selfie’.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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