En el columnismo periodístico suelen trinar estos días asuntos de piñón fijo. Por ejemplo, el de la Lotería de navidad con sus múltiples variaciones: «Pocas personas con el corazón tan bueno y generoso como los del bar de Antonio»; «el anuncio de este año ha hecho que se venda más lotería que con ‘el calvo’»; o la muletilla sentenciosa: «Lo importante es la salud». Más allá, la polémica entre belenistas y defensores del árbol decorado –anticipo de la pugna entre Papá Noel y los Reyes Magos– y argumento recurrente de otros debates cíclicos: los excesos del consumismo, la tendencia de los niños de ahora a los juegos individuales, el sedentarismo de los padres, la hipocresía de una sociedad que fija fecha y horario a las buenas intenciones. En fin, un repertorio nutrido.
«Se canta lo que se pierde», escribió Machado, y acaso por ello también son estos días propicios al balance y al recuento. La actualidad es pródiga. El restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba abre una puerta a la esperanza con un país al que España está vinculado de manera especial por razones históricas.
Cuba dejó de ser el casino y el lupanar de Norteamérica hace más de medio siglo para plantarle cara a un gigante que de otra manera hubiera usado al país como su «patio trasero», por utilizar la misma expresión con la que un dirigente norteamericano se refirió alguna vez al conjunto de Iberoamérica. Una Cuba que pagó con el bloqueo y el embargo interminables el precio de una revolución ambiciosa e irregular en sus frutos. El precio que suele pagarse en derechos humanos, libertades individuales y progreso económico cuando no se está dispuesto a bajar la cabeza ni a perder la dignidad como pueblo ante un vecino que es un gigante mundial y necesita imponer sus condiciones porque ya se sabe, «lo que es bueno para la General Motors es bueno para los Estados Unidos». Sólo los cubanos conocen bien el tributo pagado por la implantación del ‘socialismo real’ en una isla comandada desde 1959 hasta la fecha por los hermanos Fidel y Raúl Castro. Precisamente por todos los cubanos me alegro si los últimos acuerdos contribuyen a mejorar sus condiciones de vida. Y de esperanza.
Yo nunca he viajado a Cuba. Mi Cuba no es por tanto la de las jineteras en el malecón o la de las mulatas buscándose la vida en la desvencijada y bella Habana vieja. Mi Cuba son los versos de José Martí y las novelas de Lezama Lima. (¡Oh, ‘Paradiso’ !). Mi Cuba son las canciones de Silvio Rodríguez y de Pablo Milanés y también los himnos universales de Carlos Puebla. Mi Cuba es la ‘carta del Che’, el libro ‘Fuera de juego’ de Heberto Padilla pero también su novela ‘En mi jardín pastan los héroes’. Mi Cuba es la literatura de Nicolás Guillén y de Alejo Carpentier . Y los libros de Guillermo Cabrera Infante y los recuerdos cubanos de Hemingway y de José Ángel Valente y de Julio Cortázar y de Gabriel García Márquez. Mi Cuba es la memoria trágica de Roque Dalton, algunas fotos de Chinolope y ahora, la confianza en una vida mejor de palabra y de hecho. Mi Cuba hoy es un luminoso ¡ojalá!