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Salomón y el poder

LA vida es un largo aprendizaje y aunque a nadie le dan un manual de uso, sobrevivir exige llevarse golpes y aprender también a convivir con las frustraciones. Nadie nace con el pasaporte universal a la felicidad.
Lo que en la vida personal, doméstica, nos parece tan evidente a veces no lo es en la esfera pública. Desde pequeño se cría el arbolito. Crecer exige esfuerzo, dinamismo. Y cuando uno se equivoca, se rectifica. Según Cicerón, cualquiera puede cometer un error pero solo los insensatos se aferran a él. En la vida diaria rigen esos principios. En la política desde luego que no. Persistir en el error, atrincherarse en la equivocación además de una torpeza puede ser un pozo sin final.
¿Quién no conoce a ese responsable público cuyo universo de intereses gravita por principio alrededor de lo personal? Me refiero a ese tipo de políticos envueltos en el egocentrismo y en el egoísmo más indisimulado; a esos políticos cuyas propuestas defienden ostensiblemente un objetivo: amarrarse a la poltrona, anclarse al poder.
Según el dicho, hay dos cosas que no pueden ocultarse: el dinero y la educación. Del mismo modo, resulta imposible camuflar a una persona cuyos intereses pivoten alrededor de la silla del poder. La gente lo detecta enseguida por mucho que proclamen su amor hacia el pueblo o por mucho que intenten ampararse en él de palabra, no con hechos. Se advierte en los gestos, en los momentos en que actúan, incluso en las sobreactuaciones. Prestidigitadores ensoberbecidos por las lisonjas de los aduladores que les jalean, no reparan en lo evidente: se les nota el truco. Y ante la ciudadanía son, aunque ellos no lo crean, transparentes.
Así como reconocemos enseguida a la verdadera madre del juicio de Salomón porque antepone la vida de su hijo al interés personal por ‘vencer al otro’, el hombre de la calle reconoce también –por mucho que se le atufe con propaganda y distracciones– al político generoso, al que de verdad está en política porque tiene un compromiso con los suyos, no con la poltrona.
En este nuevo año que empieza son necesarios más que nunca representantes públicos que encarnen valores de credibilidad y servicio al bien común. Será una de mis peticiones a los Reyes Magos.
¿Solo eso? No. Pediré también –«un orden de vivir es la sabiduría» (Gil de Biedma)– valor para afrontar los días y rectificar en caso de error; fuerza para exigir un mundo más justo; empleo para los miles de jóvenes españoles que han tenido que ejercitarse en la «movilidad exterior» (Fátima Báñez dixit) buscándose la vida; aguante para soportar la infamia de corrupción que campea aún libre de imputaciones y sobre todo esperanza en que el hambre, la insolidaridad y la injusticia se borren a nuestro alrededor.
No soy un iluso, ni un pesimista. A pesar de todo creo que el mundo va a mejor. Supongo que citar en estos días a Gramsci debe sonar, indefectiblemente, a Podemos; si es así, lo siento, pero yo lo vi antes. Ya saben: frente al pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad. Les deseo a todos un feliz 2015. Incluido Salomón.

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Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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