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Charlie y la libertad

EL terrorismo es por principio la expresión de un fracaso. Apostar por el terror jamás fue una salida de futuro, al contrario, sólo es una vía de escape que conduce a la derrota. Nada más perecedero ni estéril que una victoria a través del terror. Ni siquiera pan para hoy y hambre para mañana, directamente hambre y muerte a la vez. La historia está llena de ejemplos. Y lo digo porque la etiqueta de ‘terrorista’ ha conocido infinidad de modelos en función de quiénes hayan sido las víctimas, quiénes los verdugos y quiénes los que escriban la historia. Los españoles tenemos recientes recuerdos por los que todavía sangra la memoria.
El terrorista no es únicamente un bárbaro, un salvaje, alguien que comete un crimen contra la humanidad. El terrorista es igual de iluso que aquel que pretende edificar sobre arenas movedizas. Sin cimientos. Casi al azar. Yo entiendo que todas estas palabras pueden sonar a retórica cuando aún nos conmueve el asesinato de trece personas en París por terroristas yihadistas. Pero mantienen la validez. Los terroristas ganarán batallas, sembrarán el pánico y el dolor pero nunca han ganado una guerra. Las agujas del reloj de la historia se mueven en sentido contrario al suyo.
El terror es también por principio azaroso e ‘imprevisto’. ¿Quién sabe cuándo estallará la bomba en el mercado, en el tren, en el autobús?, ¿quién conoce la hora definitiva del tiro en la nuca o del ametrallamiento despiadado? Al margen de las circunstancias temporales o del método empleado, el terror resulta especialmente abominable cuando se convierte en un arma de ataque no para derribar a determinados líderes o ideologías, sino para intentar acabar nada menos que con la libertad. Con la democracia. En ese sentido los crímenes contra el semanario satírico ‘Charlie Hebdo’ son además de un ataque a la libertad de expresión un ataque contra todas las libertades y todos los derechos del hombre.
Si en una guerra la primera víctima es la verdad, en cualquier ataque terrorista la víctima primera es la libertad y la segunda la convivencia. Las balas del terrorismo yihadista derribaron en París a trece personas pero han esparcido una onda explosiva de recelos, desconfianza y temores que afectará al conjunto de la sociedad. Incluida, claro está, la comunidad musulmana, la mayoría de cuyos miembros probablemente abomina de los terroristas igual que el resto de sus conciudadanos.
A corto plazo los efectos inmediatos del terror son muerte y desolación. A medio –como si se tratara de virus– una infección generalizada que acarrea desconfianza, es decir, temor en la sociedad a quienes no son ‘iguales’ que nosotros. Los atentados del terrorismo yihadista deteriorarán en Francia y en el conjunto de occidente la integración de todos los musulmanes, por mucho que se consideren personas pacíficas y socialmente irreprochables. Efecto colateral de la barbarie. No cabe pues bajar la guardia ante valores irrenunciables (el primero la libertad de expresión) pero tampoco confundir a justos con pecadores.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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