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El perro, Dios y Buzzati

En el famoso cuento ‘El perro que ha visto a Dios’, Dino Buzzati plantea la inquietante historia de Tis, pueblo italiano al que llega un ermitaño del que únicamente se hace amigo fiel un perro vagabundo. Los habitantes de Tis hace siglos que desdeñaban no solo cualquier práctica religiosa (en misa casi nunca había nadie) sino que además se deleitaban en la blasfemia.
Sobre la pequeña colina solitaria a unos diez kilómetros de Tis en la que se asentó el ermitaño, los campesinos de la comarca empezaron a advertir por la noche extrañas luces. Incluso desde el pueblo vieron alguna que otra vez un resplandor y todos concluyeron sin dificultad que aquella era la luz de Dios. Pero con la misma naturalidad se sumieron en su tradicional indiferencia ante todo lo que significara religión. Pensaban que aquellos fenómenos eran atribuibles al ermitaño y que no había que preocuparse, pues pertenecían a esas evidencias corrientes del que afirma, por ejemplo, llueve esta noche o hace viento. Al cabo de un tiempo murió el ermitaño y el perro empezó a frecuentar las casas y las calles de Tis. En cuanto aparecía el animal, alguien anunciaba: «Mira, el perro que ha visto a Dios».
No voy a desvelar aquí cómo acaba esa historia maravillosa, pero sí diré que la presencia de ‘Galeone’, el perro mendigo y vagabundo del cuento de Buzzati, con una compostura casi humana y unos ojos «bondadosos y melancólicos» en los que «con toda probabilidad había entrado en ellos la imagen del Creador» consigue transformar conductas y que la gente se replantee su forma de vivir. Un perro del que no temen su mordedura ni dentellada, sino que les juzgue mal.
Las claves de esa transformación no tienen que ver, sin embargo, con ningún proceso de hondura espiritual. No describe ningún itinerario de fe al estilo de San Pablo y la caída del caballo. En la historia no hay misticismo. Como suele ocurrir en la vida real, los cambios en las conductas –y me refiero a cambios morales, éticos– son muchas veces consecuencia directa del entorno, de la presión social, de las ‘habladurías’ de los vecinos; del miedo al qué dirán; del peso de las apariencias… Es verdad que resurgen otros hábitos de vida, que las misas vuelven a estar concurridas y las mozas ya no retozan de madrugada con los soldados, pero el perro morirá y casi todos sacan conclusiones…
En fin, si recomiendo el libro de Buzzati (en mi opinión un autor muy ‘aconsejable’ para Semana Santa y otras festividades de religiosidad popular) lo hago porque además del extraordinario valor literario aporta el plus del tratado sociológico, la atracción de un fabulador lleno de fantasía, de símbolos pero también de naturalidad. Buzzati no es un predicador, ni un apóstol de ninguna fe nueva o antigua. No sermonea. La moraleja, si existe, se la deja al lector. No es un escritor para doctrinos. Ni para sectarios.
Así que mi mayor aspiración en estos días propicios para meditar sobre las cosas trascendentes de la vida es distinguir –como propone Machado–, «las voces de los ecos» y en lo posible, no dejarme deslumbrar por el resplandor de ninguna apariencia.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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