Quiero resistirme hoy al pandemónium político-electoral que nos avasalla. Por eso mi buen Yorick seré cristalinamente sincero: si entre tus intenciones figura la búsqueda de combustible para alimentar esas fogatas, no sigas leyendo, aquí no hallarás nada que deje tu cabeza igual que una devanadera. Hoy no toca.
Ayer por la tarde, cuando acudía al periódico no pude resistirme sin embargo a la paradoja de dos realidades simultáneas aunque muy diferentes. Mientras las ediciones digitales de los periódicos ‘ardían’ con las noticias del registro en la vivienda de Rodrigo Rato por agentes de la Agencia Tributaria y de la Policía Nacional, miles de jóvenes se concentraban en Cáceres para aprovisionarse de bebidas y trasladarse al recinto ferial donde se iba a celebrar la denominada –no sé si eufemísticamente o con polisémica precisión– Fiesta de la Primavera. Ajenos a otras refriegas que no sean las de la juventud y la diversión, los participantes en la macrofiesta muestran un espíritu vitalista y celebratorio que suscita más simpatías que la del pandemónium político-electoral. «El paraíso lo prefiero por el clima, el infierno por la compañía», decía Mark Twain, que en el caso de haber vivido en Cáceres ayer se hubiera ido, por el clima y la compañía, con los jóvenes que daban la bienvenida a la primavera en el recinto ferial.
Con el mismo destino de ultratumba bromeó Maquiavelo varios siglos antes que Twain: «Yo quiero ir al infierno y no al cielo. En el primer lugar disfrutaré de la compañía de papas, reyes y príncipes mientras que en el segundo solo encontraré mendigos, monjes y apóstoles». Espíritu realista.
Las fiestas masivas juveniles tienen mala fama. Lo fácil es deducir que su desprestigio social es debido a la popularización de los botellones, pero yo creo que no es así. Un texto anónimo caldeo de veinte siglos antes de Cristo apunta: «Nuestra juventud es decadente e indisciplinada. Los hijos no escuchan ya los consejos de los mayores. El fin de los tiempos está próximo». Y desde la noche de los siglos retumban aún las famosas palabras de Sócrates (425 años antes de Cristo): «Los niños de hoy en día son unos tiranos. Contradicen a sus padres, engullen la comida y tiranizan a sus maestros».
No quisiera precipitarme por el simplismo demagógico y falso de «no hay nada nuevo bajo el sol», pero incluso aceptando que «la juventud siempre es la juventud», cada época está sometida a valores ‘sociales’ que trascienden la forma en que se divierten y se relacionan los jóvenes. Quiero decir que la popularización del botellón o de las macrofiestas solo representan aspectos anecdóticos para varias generaciones de chavales crecidos en los años del estado del bienestar, una simple etiqueta de los tiempos, igual que el uso de los teléfonos inteligentes, las tabletas o las indumentarias características que marcan las modas. Elementos secundarios, epidérmicos, tangenciales. Lo esencial de esta juventud son sus ganas de conquistar el futuro –aunque sea lejos de casa, en el extranjero– y la seguridad de que los paraísos también están en este mundo.