En abril, libros mil. Tiempo de recomendaciones y recuentos. ‘Territorios’, el suplemento cultural de ‘El Correo’, pide a escritores, editores, libreros y profesores que seleccionen cada uno las cinco obras que, a su juicio, deben leer los jóvenes antes de la mayoría de edad. Algunos títulos se repiten en los cánones sugeridos. Medito acerca de cuáles seleccionaría yo. Es complejo limitarse a solo cinco obras, pero ahí van: ‘La isla del tesoro’, ‘Crimen y castigo’, ‘Cien años de soledad’, las ‘Narraciones extraordinarias’ de Poe y ‘El lazarillo de Tormes’.
Creo que otras obras maestras, por ejemplo la poesía de Bécquer o de Machado, ‘El Quijote’, ‘Luces de Bohemia’, ‘La Regenta’, ‘Fortunata y Jacinta’… son imprescindibles también en cualquier canon, pero no sé si necesariamente en la primera juventud. ‘Quizás ‘La metamorfosis’ de Kafka o ‘Madame Bovary’ sean más ‘provechosas’ para un lector formado, para una sensibilidad lectora educada en los matices. O tal vez no, y lo aconsejable sería dejarse llevar por el cataclismo de esas peripecias literarias que nos sacuden como aguas turbulentas.
La lectura fluye en el río de Heráclito. Nunca somos el mismo lector que ayer ni leemos, aunque se trate de idéntico título, el mismo libro. Recuerdo que en 1996 le pregunté al novelista Luis Landero por sus reflexiones en torno a la lectura: «Yo fundamentalmente soy un lector y quizás en mis experiencias literarias lo más fuerte fueron las lecturas de mi adolescencia, porque como se lee entonces no se vuelve a leer ya nunca. Como se lee con 15, con 18 o incluso con 20 años no se vuelve a leer ya nunca más. Toda la sabiduría que puede tener un profesor, que puede tener un lector adulto, toda esa finura mental, todas las destrezas intelectuales, no es absolutamente nada comparado con la sabiduría y la inocencia de un chaval de 17 años que devora un libro y se apropia de un texto con una plenitud y una pasión extraordinarias».
Por eso en mi selección de los cinco libros supongo que pervive el recuerdo de aquella conmoción iniciática que supuso leer ‘La isla del tesoro’ identificado en el espejo del valiente Jim Hawkins, capaz de sobreponerse a peligros inquietantes y embarcarse en la Hispaniola. O los vericuetos psicológicos y desasosiegos del Raskolnikov que tuvo que dejar de estudiar y asesina a la vieja usurera en una Rusia que Dostoievsky describe con realismo universal y válido para cualquier época porque en ‘Crimen y castigo’ más que la geografía de un país importa la del alma humana. La misma pasión y conmoción que me produjo ‘Cien años de soledad’ y el Macondo de los Buendía, una de las pocas novelas que comencé a leer nada más terminar la primera lectura, entre otras razones para ir elaborando un árbol genealógico que sirviera a sucesivos lectores… Con las ‘Narraciones extraordinarias’ de Edgar Allan Poe llegué a pasar miedo y con ‘El lazarillo de Tormes’ reí, me emocioné, reflexioné sin ser consciente de hacerlo y viajé a una España cuyos ecos se percibían entonces y creo que aún resuenan. Cinco libros, en fin, que ayudan a crecer y a conocer la vida.