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De escribir y leer

Una de las paradojas llamativas de la sociedad contemporánea es la falta de relación directa entre información y conocimiento. Tener acceso a muchos datos no garantiza mayor grado de conocimiento ni tampoco mayor nivel de ‘sabiduría’. Reunir papeles al azar, sin criterio alguno, no convierte una pila de documentos en un archivo. De igual modo, recibir a todas horas ingentes cantidades de información no nos acarrea mayor conocimiento ni mayor nivel de consciencia. Toda la información que no sea procesada, analizada, jeraquizada, etcétera, de forma debida se convierte en mero decorado o en lo que los expertos denominan ‘ruido’.
Entre las funciones de la Prensa y de los medios de comunicación está precisamente cumplir con esa tarea de jerarquizar y ordenar el caos informe que nos rodea. Lo que hacen los medios (al margen de ‘limitaciones’ ideológicas o técnicas) es justo eso: ofrecer una visión coherente de la realidad que nos envuelve; y dando por sabido que los medios nunca ‘son’ la realidad en sí misma, sino el reflejo, la consecuencia de haber puesto el foco sobre aquellos aspectos que consideran relevantes.
Las redes sociales han elevado a la enésima potencia el flujo informativo, lo que en apariencia supone un gran avance: la universalización de los emisores. Como si tras el banderazo de salida se dijera: «Nada de unos cuantos emisores (los medios tradicionales) lanzando mensajes a millones de receptores. Las nuevas tecnologías permiten que todos seamos emisores y cualquiera puede convertirse a través de una cuenta de Facebook, de Twitter o de Instagram en un ‘medio de comunicación’ universal…».
Pero no es así. O por ser más preciso: solo es así en apariencia. Si ya hemos dicho que el montón de papeles necesita determinados criterios para convertirse en archivo, en conocimiento, los millones de mensajes de las redes sociales precisan asimismo de una ‘recepción jerarquizada’ para abandonar la condición de ruido de fondo y transformarse en contenido ‘significativo’, en materiales que deberán ser reprocesados para superar –si cabe decirlo así– los controles de calidad. El crecimiento exponencial que han experimentando las redes sociales y por tanto los ‘emisores’, se produce en paralelo a una circunstancia curiosa: muchos titulares de las cuentas no se limitan a enlazar contenidos sino que ellos mismos se convierten en incontenibles grafómanos a los que les iría como anillo al dedo la conocida humorada de George Burns: «Éste es el sexto libro que escribo, lo que no está nada mal para un tipo que solo ha leído dos».
Tal fertilidad creativa no suele mantener por desgracia una relación directamente proporcional a la calidad de lo difundido. Reconozco que he dejado de seguir algunas cuentas de redes sociales por la banalidad de los mensajes y sobre todo por su número excesivo. Por la incontinencia ‘escribidora’.
Yo prefiero los medios tradicionales (en soporte papel o digital) y me acojo a los versos de Borges en su poema ‘Un lector’: «Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído».

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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