El tren ha tenido siempre muy buena literatura, pero en nuestra región por desgracia malas vías y vehículos anticuados. Uno de mis primeros viajes por ferrocarril fue a Salamanca en el desaparecido Ruta de la Plata y en alguno de aquellos automotores renqueantes que al regreso te obligaban a parar de madrugada dos horas y media en la estación de Palazuelo Empalme (ahora denominada Monfragüe) para enlazar con otro tren hasta Cáceres. Por ferrocarril hice mi primer viaje a Lisboa y muchas veces, también de madrugada, cogí el Lusitania Exprés en Cáceres para llegar a Madrid tras innumerables paradas bien entrado el día.
A mí me parece que en Extremadura el tren es un amigo fantasma que aparece a destiempo o que se acaba marchando y si te he visto no me acuerdo. Y no me refiero a aquella línea de Talavera de la Reina a Villanueva de la Serena para la que se levantaron viaductos, se construyeron muelles y se pusieron vías desde 1928 a 1962 para acabar convertida en una de esas ‘vías verdes’ que algunos jóvenes recorrimos en las peregrinaciones a Guadalupe cuando aún conservaba los carriles y las traviesas antiguas.
Tampoco me refiero a aquella vía fantasma que en la primera edición de ‘Pascual Duarte’ permitía que el protagonista de la novela, ambientada por Cela en Extremadura, llegara desde la provincia de Badajoz a Trujillo… en tren. Advertido del error, Cela subsanó el fallo en las siguientes ediciones del libro y aquel proyecto de ferrocarril que nunca llegó a levantarse regresó al mundo fantasmal de la imaginación.
No obstante, la metáfora más expresiva de nuestra realidad ferroviaria no está en una novela o en un ensayo sino en las hemerotecas. A quien se le diga que el primer tren Talgo que circuló por vías extremeñas de manera regular lo hizo ¡el 12 de enero de 1988, cuarenta y tantos años después de su puesta en marcha por media España!, tendría que echarse las manos a la cabeza, pero más de indignación que de asombro.
Sin embargo, es sabido que no está en nuestra tradición indignarnos, optamos antes por la resignación. O la excusa anestesiante. Y así nos va. La experiencia prueba que en materia de infraestructuras ferroviarias seguimos siendo, como en la décima de Francisco Gregorio de Salas, «los indios de la nación». Aquí es el último lugar al que llegan –cuando llegan– los avances en materia de infraestructura ferroviaria y el primer lugar del que desaparecen cuando surgen dificultades. Probablemente cuando el AVE auténtico (no sucedáneos) recorra las extensiones del oeste español los avances tecnológicos lo habrán convertido en un modelo obsoleto.
De igual modo que Groucho Marx decía que la televisión es muy educativa porque cada vez que alguien encendía el televisor él se iba a otra parte a leer un libro, en Extremadura podemos argumentar que el tren ha aportado mucho también a la literatura, pues cuanto más interminables resultan los desplazamientos, de más tiempo disponemos para evadirnos con un buen libro entre la manos. Y ayer que murió Sazatornil, mejor si el libro es del mismo Faulkner.