“Mi abuelo no era capaz de recetar una píldora que hiciera correr más rápido a un galgo, pero podía hacer una que hiciera que los otros cinco fueran más despacio”. El autor de esa frase es Benny Green, un saxofonista británico que durante años fue conductor de programas musicales en la BBC y que sentía tal devoción por el escritor y humorista P. G. Wodehouse que llegó a dedicarle una biografía literaria.
Como algunas humoradas inteligentes, la capacidad que Benny Green le atribuye a su abuelo en materia de carreras de galgos trasciende la simple ironía y encierra una lección moral. O inmoral, según se mire. No es precisa una imaginación desbordada para constatar que las capacidades del abuelo de Benny se ponen en práctica diariamente en muchos otros ámbitos, entre ellos el de la política y la cosa pública.
¿Quién no ha conocido alguna vez a ese político que incapaz de avanzar con limpieza en su gestión va sembrando de minas el mañana para sus adversarios? ¿O ese político que al igual que los malos estudiantes pospone las tareas y trata de aprobar aprendiéndose la lección con alfileres en el tiempo de descuento? ¿O al que desvía la atención acerca de lo que importa con pantufladas ególatras y salidas de pata de banco?
En las carreras de galgos y en las trayectorias políticas hay que estar muy atentos no solo a la capacidad y mérito de los contrincantes, sino a la propia ‘limpieza’ con que se compite. ¿Alguien se acuerda de Bilardo? Para los no futboleros voy a recordar una pequeña historia que tal vez hubiera arrancado un guiño de complicidad al mismo abuelo de Benny Grenn. El asunto fue polémico y es muy conocido. Durante el Mundial de Italia de 1990, la selección de Argentina jugó en cuartos de final con Brasil. Eran los años gloriosos de Maradona, que ya había ganado el Mundial de México de 1986 pero en esta ocasión, 24 de junio de 1990, el partido no pintaba muy allá y las perspectivas de perder y no alcanzar la final hubieran sido catastróficas para el equipo que entrenaba Bilardo.
Todas las faltas directas de Brasil las lanzaba el lateral Branco. En un determinado momento, con motivo de una interrupción del juego varios jugadores de las dos selecciones se acercan a la banda y aprovechan –como suele ser habitual– para refrescarse y beber de los bidones que les facilitan los miembros del equipo técnico. El caso es que un subordinado de Bilardo se dio maña para que Branco bebiera, según relató años después el propio Maradona, ‘precisamente’ de la botella de agua que con generosidad le brindaba la selección Argentina y en la que antes se había introducido un sedante que ‘mareó’ al jugador brasileño…
Bilardo y otros implicados en el episodio negaron después los hechos. Pero las mentiras tienen las patas muy cortas, aunque sean de galgos… En política también ocurre igual. No vale ganar a cualquier precio. La victoria, si no es limpia y sin trampas, acaba convirtiéndose en un baldón. La historia, antes o después, pone a todos en su sitio.