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Banksy sin matraca

En uno de sus célebres autorretratos literarios decía García Márquez que él nunca hablaba de literatura porque no sabía lo que es y además por estar convencido de que el mundo sería igual sin literatura pero sería muy distinto si no existiera la policía, de modo que hubiera sido «más útil a la humanidad si en vez de escritor fuera terrorista».
Es un punto de vista singular. Y bien pensado, no tan extraño. Me refiero a la sabia decisión de posponer la vía (irónica) del ‘anarquismo’ y apostar por la creación artística, que hizo posible que García Márquez acabara como un genio de la literatura y no como un simple Mateo Morral con guayabera. «El primer deber revolucionario del escritor es escribir bien», afirmó el propio García Márquez. A mí me parece que es el primer deber de cualquier escritor, al margen de revoluciones.
Creo que es lo que han hecho siempre los grandes creadores, de Picasso a Dostoievsky, de Borges a Banksy, del que quiero hablarles hoy. Banksy es el enigmático grafitero que lleva años luchando de manera pacífica, con las únicas armas de sus pinturas, contra esta sociedad consumista, contradictoria e hipócrita que abusa de la fuerza en los guetos de Nueva York, en la Palestina ocupada o estos días en los campamentos de refugiados de Turquía, Grecia y centroeuropa.
Perdón por la cita pero hace casi ocho años, a finales de 2008, yo le dediqué en estas mismas páginas una columna a Banksy que titulé ‘La matraca’. Aproveché una noticia que ha vuelto a revivir ahora: el descubrimiento por un grupo de científicos de la (posible) identidad del célebre grafitero anónimo. Digamos que esa era la anécdota, lo esencial se explica en pocas palabras: frente a una clase política empeñada en ‘vendernos’ sus promesas mediante ruedas de prensa y teatralizaciones múltiples, Banksy persiste firme en su trabajo convincente, silencioso y sobre todo genial para ahorrarnos la palabrería y el egocentrismo atronador de la nueva política con sus confluencias, medidas que las más de las veces solo concluyen en puro postureo, en cohetería de anarquismo de campus, vanidad y farfolla. ¿Les suena?
Como ya adelantara el periódico ‘The Mail On Sunday’ en 2008, detrás del misterio Banksy se esconde un empresario y artista nacido en Bristol hace 42 años, de nombre Robin Gunningham. Bueno ¿y qué más da? ¿En qué cambia lo relevante? Al igual que tal vez ocurrió con Homero, Banksy es ya el nombre de muchos hombres. Una creación colectiva. El autor de obras que alcanzan cifras astronómicas en las subastas de arte pero con las que él, sin embargo, no comercia…
Un artista urbano, un agitador de conciencias solidario con su mundo y con su época. Comprometido con una manera de crear que le ha situado por méritos propios a la vanguardia del grafiti contemporáneo. Alguien que utiliza el trabajo en beneficio de la comunidad y no a la inversa. Alguien que crea sirviendo a los demás, no para que los demás le sirvan a él. Y sin matraca.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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