En nuestro país tiene mucho prestigio la muerte. Antes de hacer su aparición y sobre todo, después… «Dios nos libre del día de las alabanzas», avisa el proverbio popular. Por algo será. La muerte sirve para consagrar a una persona o para redimirla. Para procurar que perdure su memoria o para intentar que sucumba al olvido. Al amparo de su poder se han erigido mausoleos o se han sembrado las cunetas de sepulturas. Arriba y abajo.
Durante el antiguo Bachillerato nos enseñaban que el entierro de Larra sirvió, entre otras cosas, para que se diera a conocer un poeta como José Zorrilla. La prosa funeraria siempre ha gozado de buena salud en España. La prosa y a veces hasta los propios muertos. Ahí el poeta bohemio Pedro Luis de Gálvez, de quien Pío Baroja contó que se paseaba por los cafés de Madrid con una caja donde llevaba un niño muerto, pidiendo dinero para enterrarlo.
En España somos capaces de levantar panteones por suscripción pública a personajes populares y al mismo tiempo hacer humor negro sobre la muerte sin solución de continuidad. Recitamos de memoria las ‘Coplas a la muerte de su padre’ de Jorge Manrique y la ‘Elegía a Ramón Sijé’ de Miguel Hernández pero la Justicia se ve impelida a encausar a quienes hacen chistes sobre los judíos del Holocausto o sobre Irene Villa en las redes sociales… Para bastantes españoles el mayor agravio que puede proferirse no es atribuirles alguna condición inmoral o deshonesta, sino «cagarse en sus muertos».
Nuestro himno más íntimo y esencial debería inspirarse en el cuento ‘La oveja negra’ de Augusto Monterroso. (Quienes no lo conozcan, acudan a una librería y léanlo). Subraya ese carácter cíclico, inamovible, del ser tradicional.
Los episodios vividos ayer a raíz de la muerte repentina de Rita Barberá me parece que son una ilustración fidedigna de lo que significa morirse en España. Ayer, en el purgatorio; hoy, en la gloria. Diputados de Podemos alambicando argumentos para evitar un gesto tan humano como el de guardar sencillamente un minuto de silencio. Representantes del PP ‘acusando’ de la muerte a quienes habían expresado sus discrepancias políticas y críticas a Barberá. Otros colegas suyos, vertiendo lágrimas de cocodrilo después de haber forzado su salida del PP. El ‘oportuno’ Aznar, tratando de cobrarse con reproches ‘postmortem’ agravios de familia. Y las redes sociales a pleno rendimiento, convertidas una vez más en el gran albañal por el que discurren las inmundicias propias de atarjea.
Pero que nadie se llame a engaño. Dentro de unos pocos días la posición de Podemos será recordada tan solo como una anécdota (alguien añadirá que tampoco se guardó un minuto de silencio cuando murió Labordeta) y no faltará quien se ría con el chiste tuitero de que Barberá lo que ha hecho en el fondo es «un simpa». En su ciudad le tributarán homenajes y seguro que en las Fallas se acordarán de ella.