Ante la abundancia de ‘posverdades’ o directamente ‘mentiras’ que pululan en el ecosistema informativo resulta urgente separar los hechos de las opiniones, las voces de los ecos, la realidad de la tramoya. Imprescindible y forzoso.
‘Le Huffington Post’ da cuenta esta semana de cómo Jean-Luc Mélenchon, eurodiputado y candidato a las elecciones presidenciales del movimiento Francia insumisa se dispone a organizar grandes mítines con su imagen multiplicada sobre el escenario por medio de hologramas. Del acontecimiento se hace eco en twitter Nacho Sánchez Amor: «Los mítines con hologramas pasan de Turquía a Francia. Pronto no ya el orador, también el público en hologramas. Al tiempo», profetiza el diputado socialista en el Congreso.
Nadie duda que la política tiene una parte de teatro, de escenificación… no solo durante los periodos electorales sino en la práctica diaria. Pero el uso de forma habitual de hologramas (imágenes tridimensionales que se ‘materializan’ mediante holografías) es un salto cualitativo, la apoteosis del juego de espejos donde disputan su partida la verdad y las apariencias, la realidad y lo que ahora se denominan ‘hechos alternativos’.
Aunque quizás no haya lugar al asombro ni deba considerarse extraordinario el mitin con protagonista y público holográficos pues bien pensado ¿qué otra cosa son las redes sociales y la multiplicación virtual de mensajes, mantras y argumentarios? ¿Qué más holograma que los vídeos políticos de promoción o las intervenciones enlatadas en platós? ¿Acaso no es la propia realidad virtual en la que suceden esas ‘acciones’ una masiva y prodigiosa escenificación holográfica? El eco robotizado de un cartel.
Para millones de seguidores de la saga cinematográfica ‘Star Wars’ hay un ‘momento holograma’ inolvidable justo cuando la princesa Leia suplica: «Ayúdame Obi-Wan Kenobi, eres mi única esperanza». Se trata de un instante dramático en la historia y del último recurso que la princesa tiene para comunicarse con el maestro jedi, a millones de kilómetros entonces de ella.
Sin embargo ahora, si se populariza el procedimiento holográfico, será ante todo por sentido utilitario y mediático, es decir, como recurso llamativo para contribuir a que los mítines refuercen su carácter de puro espectáculo, de placebo luminoso y superficial. De cumplirse la profecía de Sánchez Amor, quienes acudan a los mítines recibirán de los oradores peticiones holográficas similares a esta: «Ayúdame, votante mío, eres mi única esperanza». O cosas por el estilo.
Decía Machado que hay dos clases de hombres, los que viven hablando de las virtudes y los que se limitan a tenerlas. Me parece que la llegada de los hologramas viene a complicar las cosas algo más. Si ya de por sí resulta arduo establecer cuándo un hombre realmente es virtuoso y no un simple impostor, con hologramas resplandeciendo sobre la tarima se me antoja peliagudo separar el trigo de la paja, la verdad de los hechos alternativos. En otro tiempo, además, a los malos actores se les podía tirar tomates en el teatro. ¿Pero qué le lanzas para acertar a un holograma?