En contra de la falsa creencia según la cual las buenas noticias no son noticia, el periodista Antonio Gilgado firmaba el domingo en HOY un reportaje titulado “Mi padre estudia en mi instituto” que no solo perfila una historia cargada de interés humano sino que se situó enseguida entre las noticias más leídas de la edición digital. Ya saben: un padre que tras cinco años en paro se apunta a un centro de estudios para optar a más bolsas de empleo y saca la Secundaria con sobresaliente. Con cuarenta y muchos años, una nueva vuelta de tuerca y se pone a cursar (junto a chavales de 16 o 17) el ciclo de grado medio de FP de Carpintería, que obtiene en el mismo instituto donde su hija, de 21 años, concluye el grado superior de Peluquería. Ambos han encontrado trabajo ya como carpintero y peluquera. La luz al final del túnel.
Sin embargo y aun siendo admirables la voluntad y el tesón mostrados por Manuel Ruiz para completar sus estudios y sobreponerse a la pregunta que se hizo el primer día de clase rodeado de adolescentes: «¿Qué pinto yo aquí», a mí lo que de verdad me resulta conmovedor es el relato de su trayectoria laboral: el sexto de nueve hermanos y desde muy joven abocado a ir encadenando sustituciones y bajas hasta que la crisis y las reducciones de plantillas hacen que su trabajo como recepcionista de un hotel se convierta en una tarea espantosa: «En ocho horas», recuerda, «el teléfono enmudecía diez segundos como mucho. Hasta diez llamadas de teléfono en espera en una empresa donde la consigna principal era que una llamada sin atender se veía como un cliente que se pierde». La ansiedad y la depresión de años en esas condiciones pasan factura…
Por eso el punto clave de esta historia acaso es el momento en que Manuel Ruiz reflexiona y pone en los platillos de la balanza lo conseguido y lo que le aguarda. Quiero decir que lo que de verdad me parece estimulante no es tanto haber cursado la FP siendo ya cincuentañero, que lo es, sino la determinación, la decisión firme de reinventarse y no dejarse ganar el pulso por la adversidad.
Ahora que Steven Pinker promociona su último libro ‘En defensa de la Ilustración’, historias como la de Manuel quizás sirven de ejemplo para distinguir, como apunta el economista Paul Romer, entre el “optimismo complaciente”, digamos que pasivo, y el “optimismo condicional”, que añade a los buenos deseos los beneficios del viejo axioma castellano: «A Dios rogando y con el mazo dando».
En todo caso, la invitación al optimismo tampoco puede convertirse en coartada, en mero engañabobos para eludir reflexiones más lúcidas. Análisis que desvelen la realidad bajo la espuma de las olas: las causas profundas por las que las condiciones laborales de millones de empleos han degenerado, tras la crisis financiera mundial, al nivel de las torturas asiáticas y bajo una sola admonición: «Es lo que hay, lo tomas o lo dejas». Esas cuentas siguen pendientes.