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Donde se queman las mariposas

La pobreza es la patria más antigua de la humanidad. Por eso nunca se han detenido las migraciones de quienes huyen de «la bruja del hambre». Esa expresión, «la bruja del hambre» la escuché por primera vez a Edmundo Costillo con motivo de la publicación de un libro donde recogía, a sus 98 años de edad, las vivencias de una infancia misérrima –propia de los personajes de Dickens– y de una Extremadura más emparentada con la Edad Media que con el siglo XX.

En su evocación, Edmundo Costillo (Cañaveral, 1895) relataba cómo murió su padre y tuvo que irse con 11 años, aún analfabeto, a trabajar en una finca de la Sierra de San Pedro en la que dormía en un chozo con otro pastor. Cuando cumplió los 14 regresa al hogar, a Cáceres, donde malviven su madre y una hermana. Un alma caritativa le instó a que estudiara y facilitó su admisión como oyente en una escuela. No tenía para libros, pero otros compañeros (entre ellos Dionisio Acedo y Martín Duque Fuentes) se los prestaban.

El relato que hace Edmundo Costillo de esos días es conmovedor: «Yo estudiaba en la madrugada. Entonces solo se oía la voz del sereno que gritaba aquello de ‘Ave María Purísima, las dos y sereno’ o lloviendo, o lo que fuera. Tenía una madre que era analfabeta, pero con una sensibilidad extraordinaria de corazón. Estudiaba en el alféizar de la ventana, aprovechando la luz de un farol que había en la calle, donde se quemaban las mariposas. En mi casa no había aceite para hacer sopas, ¿cómo iba a haberlo para capuchina o candil? Por la noche, mi madre se quedaba allí conmigo y me decía, hijo, estudia fuerte, en voz alta, para que yo te oiga y te diga lo que se te olvida».

Recuerdo ahora la figura de este hombre por su condición de humildísimo cabrerillo y también por la fuerza expresiva de sus escritos, en buena parte ligados a las estampas costumbristas de Cáceres y de una Extremadura desaparecida ya en la noche de la penuria y la pobreza. Relatos como el del dúo que formaban en los primeros años del siglo veinte Miguel el Ciego, campanero en la iglesia de Santa María de Cáceres que tocaba también la guitarra y otro ciego más joven llamado Luis que «hacía trinar con habilidad su bandurria». Dueño de una prosa chispeante, armoniosa y de honda inspiración popular. Sirva de ejemplo el caso del ganadero que incumple un trato de compra en el que había empeñado su palabra y el otro le hace llegar el siguiente aviso: Si en el día fijado no cumple honradamente con lo pactado, tenga por seguro que «con su navaja cabritera le haría en la barriga más garabatos que tiene la firma de un notario». Bueno…

Quiero creer que si Edmundo Costillo, como tantos ‘alzados del suelo’ pudo escapar finalmente de la pobreza en una España bastante más atrasada que la actual, también podrán conseguirlo las oleadas de migrantes que sueñan camino de Europa con un futuro mejor.

 

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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