Del mismo modo que Manuel Machado equiparaba el éxito de una copla a esa suerte de difusión masiva que culmina cuando la autenticidad del texto fagocita incluso el nombre de quien la creó: «Hasta que el pueblo las canta, / las coplas, coplas no son,/ y cuando las canta el pueblo, / ya nadie sabe el autor», las redes sociales están favoreciendo una modalidad de ‘éxito’ similar. ‘El cuarto del siroco’, el último libro de poemas de Álvaro Valverde (Plasencia, 1959), ilustra bien el fenómeno: muchos de quienes se hacen eco de su publicación no se limitan a hilvanar una breve reseña o reflexión apresurada sino que reproducen uno o varios de los 75 poemas que componen el volumen. De esta forma se convierten en altavoces y difusores de una obra dirigida a la ‘inmensa minoría’ juanramoniana que lee en papel y al mismo tiempo a esa otra minoría –no menos inmensa, tal vez– que frecuenta la galaxia digital. Desde que ‘El cuarto del siroco’ llegó a los estantes hace apenas unos días, he visto en Facebook y en otras redes sociales reproducidos completos los poemas: ‘Jardim do Paço’, ‘Candelario, 8 de agosto’, ‘Homenaje’, ‘Hacia adentro’, ‘Tristeza’, ‘A modo de poética’, ‘Canción de aniversario’, ‘Aquél’… Supongo que solo es el principio.
De alguna manera la ‘presencia’ que garantiza Internet a través del autor y de quienes multiplican sus referencias en las redes, opera como la música en las emisoras de radio o en las plataformas multimedia. Ya no se trata únicamente de volúmenes impresos en papel sino de ‘contenidos’ que perviven en el tiempo y en el espacio (digital) igual que las viejas coplas o las canciones se transmitían de viva voz generación tras generación.
Me parece que recepciones tan fructíferas están reservadas para poetas como Álvaro Valverde, uno de los ‘consagrados’ de la poesía española desde hace décadas, y en el que se da también la condición de crítico prestigioso y atento a la actualidad.
Cuenta el propio Valverde que ‘El cuarto del siroco’ debe su título a la «habitación donde las familias nobles sicilianas se guarecían mientras soplaba el temible siroco, impetuoso viento del sudeste que atraviesa el Mediterráneo procedente de los desiertos del norte de África», es decir, «un refugio que uno interpreta también como metáfora de la poesía. Y de la vida, que es lo mismo», confiesa el placentino.
Yo recomiendo leer el ‘El cuarto del siroco’ en papel, y pausadamente. Es la voz madura, natural, de un poeta sin otros énfasis que los de la emoción y la belleza. En cualquiera de los 75 poemas que forman ‘El cuarto del siroco’ brilla A.V. en estado puro. Pero puestos a seleccionar uno, yo elijo ‘Cánción de aniversario’, coronado por estas palabras de Miguel Hernández: «…con el amor a cuestas». Un poema, en fin, que entrelaza la ofrenda y la disculpa:
«Con la misma insistencia / con que cantan las tórtolas, / con la fuerza indomable / con que sopla el levante, /con la nota perenne / del olor del jazmín, / te he querido estos años./ Si ha sido para bien, / celebrémoslo juntos. / Si todo lo contrario, / tu sabrás perdonármelo».