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Nuestra educación sentimental

En el episodio ‘¡A sangre y fuego!’ de El Capitán Trueno, el joven escudero de Trueno pregunta: «¡Oh, Dios mío! ¿Crees que logrará derribarle, Goliath?». Y el forzudo amigo responde: «Lo creo, Crispín…¡Como que Cristo vencerá al fin sobre el Islam! ¡Mira!», exclama satisfecho al comprobar cómo el héroe español vence en el combate a su rival. Recorriendo la exposición ‘Historietas del tebeo. 1917-1977’, que acoge hasta primeros de enero la Fundación Mercedes Calles, uno repara enseguida en que esa literatura popular, sobre todo en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, se vale de un lenguaje que ahora no superaría la barrera de lo políticamente correcto: «¡Malditos enanos, acabaré con vosotros!», por no recordar aquel «¡A mí, monos de ojos oblicuos!», que gritaba el Capitán Trueno refiriéndose a los guerreros del Tibet donde transcurría el episodio.

Aunque en su inigualable ‘Crónica sentimental de España’ anota Manuel Vázquez Montalbán que era «difícil sustraerse al clima colectivo de una época» y que «los grandes bocadillos de jamón aparecen con frecuencia en las historias de Roberto Alcázar y Pedrín (…) el Guerrero del Antifaz estaba más desligado de los bienes de la tierra, más atento a su cruzada nacional contra el moro Motamid y su siniestro hijo Olián», para los muchachos que nos adentrábamos en la lectura de ‘El Jabato’, de ‘El Capitán Trueno’, de ‘Hazañas bélicas’ o de los variados protagonistas que poblaban la revista ‘Pulgarcito’, lo adictivo era la emoción, el humor y la lectura placentera, quizás la más gozosa a la que podíamos acceder en el paraíso de la infancia y la juventud. Personajes míticos en los que admirábamos aparte del carácter valeroso y luchador, la excepcionalidad del héroe: ese que nunca olvida —como advierte Savater—, cuál es su misión, cuál es su deber.

Estoy convencido además de que promovían la convivencia: en nuestro entusiasmo lector solíamos intercambiarnos las historietas y apenas terminado de leer el cuaderno de aventuras, buscabas el próximo mediante una cadena de complicidad y compañerismo. «Te presto el último Jabato y tú me dejas el del Capitán Trueno». En mi casa estos ‘tebeos’ fueron también el germen de una primera ‘publicación’ que ideamos entre los hermanos mayores y en la que incluíamos noticias domésticas a veces ilustradas con los magníficos dibujos de Juan Rodríguez Villar. Historietas iniciáticas que constituían por ejemplo la pasarela a la colección ‘Historias Bruguera con 250 ilustraciones’ y supongo que, al igual que otros muchos lectores, la base para revisitar, siquiera con carácter nostálgico, aquellos entrañables cuadernos apaisados que busqué más de un domingo en los puestos del Rastro y en la Cuesta de Moyano incluso en mis años de universidad.

La muestra, que organiza y produce el Museo ABC en colaboración con la Obra Social de ‘La Caixa’, está comisariada por Antoni Guiral. Reúne 180 dibujos originales y 120 revistas agrupados con criterio cronológico y temático. En realidad contiene el ADN de la educación sentimental y de la literatura popular del último siglo en España y creo, sin exageración, que bien podía subtitularse: ‘Tal como éramos’. No se la pierdan.

Juan Domingo Fernández

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