A primeros de noviembre robaron en la ermita de la localidad pacense de Arroyo de San Serván, la imagen de su patrona, la Virgen de Perales, las figuras de los mártires San Serván y San Germán, así como dos cuadros y unas medallas expuestas para el rezo. Fueron unos cazadores quienes se percataron del robo, al ver los cuadros tirados por el suelo, y esta semana ha sido un cazador precisamente quien ha descubierto cerca de un arroyo las tallas robadas de la Virgen de Perales y de los santos citados, todas ellas, al parecer, sin excesivo valor económico pero con un notable valor sentimental para los vecinos de Arroyo de San Serván.
Esta noticia me produce sentimientos encontrados. En primer lugar me entristece por lo que tiene de ataque al patrimonio religioso, cultural y artístico. Más aún cuando, según informa este periódico, alguien se había llevado no hace mucho tiempo de dicha ermita la campana y los candelabros… Me entristece también porque no se trata siquiera de robos donde anide el ‘factor artístico’ y el interés económico que caracterizaron el robo de piezas famosas como el ‘Códice Calixtino’, esa joya medieval custodiada en la catedral de Santiago de Compostela, o las miles de obras de arte gótico y románico que confiesa haber robado Erik el Belga, el famoso ladrón de arte sacro, por toda Europa.
Me alegro por los vecinos de Arroyo de San Serván, pues si bien es cierto que han sufrido el dolor de ver cómo causan destrozos y roban figuras de un templo que no está abierto al culto de manera permanente, estarán satisfechos de saber que las imágenes han sido recuperadas y además van a ser restauradas con cargo a la cooperativa que lleva el nombre de la patrona del pueblo.
De la anécdota a la categoría. Supongo que tras la ‘modernización’ de algunos templos durante los años sesenta del pasado siglo –acaso buscando una supuesta funcionalidad– se desmontaron viejos retablos y se ‘derivó’ hacia anticuarios y chamarileros un número ingente de piezas de arte religioso. No hay mal que por bien no venga. Quizás tras aquella nebulosa ‘desamortización’, el patrimonio con posibilidades reales de ser expoliado en España resulte ahora bastante menor. En España, en Extremadura y en cualquier sitio donde sea posible robar, para malvender, desde el cobre de los tendidos eléctricos hasta las campanas, los candelabros o los crucifijos de las tumbas en el cementerio…
Qué alejados estos episodios del robo en la ermita de Perales de la historia de Stephane Breitwieser, aquel joven alsaciano que en 1995 comenzó a robar en museos, castillos, residencias particulares, salas de subastas de arte y que no fue detenido hasta 2001. Considerado un «coleccionista enfermizo» –no robaba para vender– actuó en siete países: Francia, Alemania, Bélgica, Luxemburgo, Dinamarca, Holanda y Suiza. Atesoró obras de Cranach, de Brueghel, de Watteau… ¿Lo extraordinario? La madre del joven alsaciano, contrariada por la detención de su hijo y para eliminar pruebas, destruyó las obras o las tiró a un canal. Las pérdidas se calculan que superaron los mil millones de euros.