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Del Potemkin a Internet

En los tiempos en que las comunicaciones estaban condicionadas a una ‘presencia directa’, la capacidad de influir la monopolizaban los poderes fácticos, digamos, resumiendo: los socios del casino o del ateneo, el maestro, el cura y el alcalde. Y para de contar. Las opiniones transitaban también a través de la prensa (incluida la prensa de partidos, tan abundante desde el siglo XIX en toda Europa), y viajaban con los libros, el teatro y después el cine, la radio y la televisión. Desde ‘El acorazado Potemkin’ de Eisenstein hasta ‘La Barraca’ de García Lorca. Desde los ‘partes’ de Radio Nacional y el No-Do hasta las emisiones de Radio España Independiente (La Pirenaica). Desde los documentales de la BBC hasta los programas de telerrealidad y telebasura de nuestros días.

La llegada de las nuevas tecnologías y, sobre todo, la popularización de Internet y de las redes sociales ha modificado radicalmente ese ecosistema. Las redes sociales hacen posible que se multipliquen de manera exponencial púlpitos o estrados de barra de bar, convirtiendo en voceros de sí mismos a cualquiera de los millones de habitantes del planeta que disponga de acceso a Internet y decida abrirse un blog o una página web.

A esa teórica ‘democratización’ de los emisores no cabría anteponer ningún reparo de no ser por lo fácil que resulta su manipulación y la falta de transparencia que los rodea. Redes que son el caldo de cultivo ideal para la propagación de noticias falsas, de propaganda encubierta, de intereses económicos bastardos y de apoyos políticos espurios. Basta con observar los cambios que está promoviendo el populismo en Europa, en Asia y en América para recelar de las redes sociales. O mejor, para recelar de esos efectos secundarios o daños colaterales que no se preveían en su origen, cuando tan solo eran instrumentos para promover la comunicación, los contactos sociales, de forma gratuita…

A la caída de la venda, al desencanto ante las redes, contribuyen además de los casos escandalosos protagonizados por Trump, Putin, Le Pen, el ‘brexit’ o Bolsonaro, el ejemplo de multitud de personas anónimas que se lamentan y muestran su prevención frente a vías que son auténticos flujos de odio cuando no de pura zoquetería. Redes que favorecen el adoctrinamiento de la forma más peligrosa, es decir, sin que el receptor del mensaje sea consciente ni por asomo de quién es el verdadero emisor del mensaje y cuál su velada intencionalidad… Que se lo digan, por ejemplo, a los votantes de Trump o a quienes ven cómo se ‘blanquea’ la imagen de la penúltima formación política o la historia de Cataluña antes del súbito ‘procés’… A quienes seleccionan temas, personajes y mueven los hilos de las marionetas.

María-Jeanne Roland de la Patiere, la revolucionaria girondina que acabó guillotinada en la época del Terror y pronunció la famosa frase: «¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!», había escrito antes otra advertencia bien lúcida: «El débil tiembla ante la opinión, el insensato la desafía, el sabio la juzga, el hábil la dirige». Piensa, amigo lector, qué prototipo de esos cuatro, reserva para ti las redes sociales.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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