Más de una vez se ha insistido en la relevancia económica y social que tuvo para Cáceres la explotación de las minas de Aldea Moret, no solo por la extracción de fosforita para su transformación en abono, sino por suscitar, de hecho, la llegada del ferrocarril a la ciudad y generar durante más de un siglo actividad laboral e industrial. En la vida de Cáceres, las minas de fosfatos supusieron un antes y un después que han marcado su historia. Un salto cualitativo que introdujo nuevas derivadas probablemente difíciles de prever en aquellos momentos iniciales en que se decidió explotar el mineral para trasladarlo en carretas hasta Lisboa. A otro nivel, en Cáceres se han generado iniciativas que constituyeron asimismo ‘saltos cualitativos’ y contribuyeron a perfilar un futuro mejor. Estoy pensando, pongamos por caso, en el Museo de Cáceres –desde sus orígenes, a finales del siglo XIX como Comisión Provincial de Monumentos de Cáceres– o en el Museo Vostell Malpartida, creado en 1976 por el artista hispanoalemán Wolf Vostell, aprovechando edificios del antiguo lavadero de lanas de tiempos de la mesta. ¿Alguien se imagina qué sería de una industria moderna como el turismo sin el Museo de Cáceres o sin el Museo Vostell en el paraje natural de Los Barruecos de Malpartida? Sin su valor añadido.
Esta semana la galerista Helga de Alvear ha donado 207 obras, tasadas en 42 millones de euros, al Centro de Artes Visuales y a la fundación que lleva su nombre en Cáceres. Se trata de la primera entrega de una colección que reúne cerca de 3.000 piezas y que ya han convertido, a través de su sede actual: el viejo edificio de la Casa Grande remodelado por el arquitecto Luis Tuñón, en referente del arte contemporáneo en España. Una colección que la propia Helga de Alvear justifica de manera sencilla: «A mí me interesa el arte contemporáneo, porque nos habla de nuestro tiempo y de nosotros mismos, porque crea y desarrolla lenguajes que pueden explicarnos, de manera nueva, el mundo que nos ha tocado vivir y del que a menudo solo rozamos la superficie». Supongo que para llegar hasta este punto ha sido necesario que Helga de Alvear destine millones de euros de su patrimonio personal a satisfacer esa pasión artística, pero también ha sido preciso que unas administraciones públicas (en este caso, haciendo justicia, hay que citar a la Junta de Extremadura y a su entonces presidente Rodríguez Ibarra) para apostar por una opción que termine convirtiéndose en salto cualitativo hacia un futuro mejor.
Sin embargo, no se trata únicamente de iniciativas públicas. Si esos últimos empeños vinculados con el arte conceptual y contemporáneo que son el Museo Vostell Malpartida y la Fundación Helga de Alvear cuentan con el paraguas de las administraciones públicas, otras dos magníficas apuestas: la Fundación Mercedes Calles (con el remodelado Palacio de los Becerra) y la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno (con la rehabilitación y ‘museización’ del Palacio de los Golfines de Abajo) representan también avances significativos para los sectores turístico y cultural de Extremadura. Otras minas para explotar.