La literatura alimenta la imaginación y el fetichismo. Y el turismo. En 2016, al cumplirse el cuarto centenario de la muerte de Cervantes, la búsqueda de sus restos en el convento madrileño de las Trinitarias se convirtió en acontecimiento de interés mundial. El pasado miércoles fue subastada en Lisboa y adjudicada por 41.000 euros la cómoda en que escribía Fernando Pessoa (1888-1935). Yo creo que todos estos detalles de atrezo cultural contribuyen muy bien a subrayar el valor de los grandes escritores, pero como se argumentó hasta la saciedad en el caso de Cervantes, lo que de verdad importa no es el lugar preciso en que reposan los huesos de un enterramiento o el escritorio donde el genio compuso su obra, sino la obra en sí. Una obra, si hablamos de Pessoa, que él fue guardando en un arcón de madera que le acompañó toda su vida y que atesora 27.000 documentos, bastantes de ellos inéditos o sin ordenar.
En el Museo Hemingway de la Finca Vigía, en Cuba, se exhibe el escritorio elevado donde el autor de ‘El viejo y el mar’ redactó algunos de sus textos. Yo recuerdo la impresión que me causó contemplar en la Casa de Víctor Hugo, en la plaza de Los Vosgos de París, el escritorio elevado que utilizaba el autor de ‘Los miserables’, una verdadera maravilla. Ninguna de esas emociones, sin embargo, cabe equipararlas con las suscitadas por la lectura de sus obras, desde las andanzas de Jean Valjean y sus desencuentros con la justicia, hasta las desdichas de Esmeralda y Quasimodo en la catedral de Nôtre Dame.
¿Se leería más a Cervantes si por un azar imposible se hallara la mesa rústica o el jergón de aquella cárcel «donde toda incomodidad tiene su asiento», en que fue «engendrado» (es decir, concebido) El Quijote? ¿Se leería más la poesía de Vicente Aleixandre, Premio Nobel de Literatura, si finalmente su casa de la calle Velintonia, 3, (por donde pasaron García Lorca, Cernuda, Alberti, Dámaso Alonso, Neruda, Miguel Hernández, Carlos Bousoño, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines, José Hierro, Vicente Molina Foix…) fuera rescatada de la incuria y del olvido oficial? Pues en ambos casos me parece que la respuesta es «sí». Sí se leería más porque en esta sociedad de palos de selfi y turismo de consumo, todo lo que puede transformarse en imagen de recuerdo es un valor firme y en alza. Es sabido que una obra no ‘solo’ es el texto del autor. Cada lector ‘recrea’ activamente, con su imaginación, lo que lee.
Cuando el coronavirus ensombrece las perspectivas para el turismo de masas, a mí me parece que buscar protagonistas en sus escenarios biográficos, en sus paisajes vitales, es una formidable opción para ahondar en su literatura. Desde la Lisboa de Pessoa, al Madrid de Galdós; desde las rutas de Delibes por Valladolid, a la Casa de Gabriel y Galán en Guijo de Granadilla.