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Nuevos escenarios

Cuando era joven, uno de mis mejores amigos sostenía que existen, básicamente, dos maneras de ligar: la de ‘impacto directo’ y la de ‘impacto indirecto’. Mi amigo, de físico bastante agraciado, pertenecía al primer grupo. El de los guapos. Era suficiente con que le divisaran las chicas para despertar de inmediato honda expectación. El impacto directo. El resto teníamos que recurrir, como Mercucio, a otras estrategias: desde aguzar el ingenio hasta recurrir a la retórica. Por lo general, a mi amigo siempre le colgaban las chicas la guirnalda reservada a la belleza. Los demás debíamos conformarnos con la medalla de consuelo, bruñida con el argumento: «No es guapo, pero es interesante, ¿verdad?».

Aunque en lo esencial imagino que han variado poco los factores que determinan la atracción entre un hombre y una mujer, y que la belleza sigue ocupando –por lo menos en los inicios– el primer cajón del podio, los usos amorosos en cualquier sociedad vienen complementados por otros atributos: la inteligencia, la sinceridad, la alegría, la empatía. Esos dones.

Cosa distinta son los condicionantes o las modas y costumbres. Si respecto a lo esencial nada hay nuevo bajo el sol, pues la belleza sigue dictando su ley (ahí están Grecia y Roma), en cuanto a los hábitos sociales me parece que sí se han producido cambios considerables. Basta elegir entre las variadas aplicaciones de ligoteo, los programas televisivos para buscar pareja, las webs de contacto o el uso polivalente de las redes sociales. Un catálogo de ofertas surtido y multicolor. Presenciales y en línea.

En mi opinión, sin embargo, lo más sorprendente no es que hayan cambiado las ‘herramientas’ para emparejarse los jóvenes (y no tan jóvenes) sino que han cambiado algunas circunstancias esenciales. En esta sociedad del consumo globalizado y del espectáculo, ligar se ha convertido también en un espectáculo en sí mismo que desborda la esfera privada y puede ‘consumirse’, valga la redundancia, como cualquier otro bien disponible en el mercado… Los modelos de comportamiento, los referentes que se ‘replican’ a través de los programas televisivos y de las redes sociales se encuentran a años luz de lo vivido en cualquier otra época. En el fondo, la condición humana seguro que no ha variado, y el amor –romántico o no– sigue moviendo el mundo, pero la tecnología ha impuesto otro programa y nuevos escenarios. Bien lo sabía Juan Ruiz, Arcipreste de Hita: «Aristóteles lo dijo, y es cosa verdadera / que el hombre por dos cosas se mueve: la primera, / por el sustentamiento, que la segunda era / por haber juntamiento con hembra placentera».

Así que ahora, cuando las redes sociales entronizan lo breve, directo y ‘emocional’, en materia de amor y conocimiento habrá cambios que trascienden lo anecdótico. Por eso, si sigue valiendo el adagio: «Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga explicación», ni mi viejo amigo ni el resto de la tropa tenemos nada que hacer.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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