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Kafka en el agua

En los bazares de la calle comercial, relojes de pared reclaman la atención de los turistas. Esas esferas multicolores crean una atmósfera de exposición decorativa y galería surrealista. Cómo es posible, me pregunto en silencio, que durante el más generoso paréntesis de tiempo libre que disfrutamos al cabo del año, los relojes se conviertan en símbolo omnipresente, justo ahora, además, que mucha gente ha dejado de llevarlos en la muñeca porque les basta con mirar el móvil.

En la playa, con las sombrillas algo más diseminadas por la pandemia, la lotería nacional se anuncia en avioneta. Atrás quedan los días veraniegos en que esa publicidad la monopolizaban las empresas de Ruiz Mateos, las marcas de cervezas o las ofertas de las grandes superficies comerciales. Supongo que el Estado (mejor el Gobierno) necesita recaudar y apura las concentraciones de bañistas para recordarnos que ya hay lotería de navidad, «el impuesto de los tontos», como se la llamaba antiguamente. ¿Y si toca aquí?

Esta mañana luminosa, con el mar en calma, la sensación de placidez y despreocupación es general, aunque las noticias sobre brotes y contagios resultan cada vez más alarmantes. Miro a mi alrededor y pienso: ¿cuántos de quienes disfrutan de esta supuesta normalidad darían positivos en la covid-19? Bajo las sombrillas solo se perciben risas, charlas intrascendentes y esa felicidad superficial, genérica, del tiempo libre y las vacaciones.

Me acuerdo de la famosísima anotación que hizo Franz Kafka en su Diario el 1 de agosto de 1914: «Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Piscina por la tarde». Quizás no quepa, sin embargo, establecer paralelismos. No tanto por las ‘amenazas’ tan diferentes que suponen la Primera Guerra Mundial y la pandemia del coronavirus, sino por el hecho de que a Kafka, según su biógrafo, Reiner Stach, no puede acusársele de «frivolidad» al emparentar en la misma anotación la referencia a la contienda mundial y su cita con la piscina. Al revés. Si se rastrea su diario, de carácter personal, tal alusión fue la única referencia política; la prueba, advierte Stach, de la importancia histórica que atribuía, precisamente, a aquel acontecimiento.

Mientras escribo –agonizando agosto–, soy incapaz de sustraerme, no obstante, a la sensación de que en España vivimos estados de ánimo colectivos bastante similares a los de aquella encrucijada de Kafka en 1914. Una catástrofe global se cierne en el horizonte pero no renunciamos a la ‘normalidad’ cotidiana de acudir a la piscina o al calorcito del sol y de la playa. Quizás sea el único proceder razonable.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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