El azar de los hechos (¿o la necesidad?) ha querido que mientras España afronta una situación complicadísima de lucha contra la pandemia y la crisis económica, algunos independentistas catalanes y adscritos siguen poniendo palos en las ruedas de la convivencia nacional como esos alborotadores que un día sí y otro también entran en clase dispuestos a impedir que el resto de los alumnos aprendan en las aulas. Gestos que nos recuerdan lo acertado del vaticinio de Nietzsche: «La locura es muy rara en los individuos; en los grupos, en los partidos, en las épocas, es la regla». Y más aún en épocas donde el populismo y el nacionalismo se extienden como manchas de aceite que lo impregnan todo, retroalimentados por sistemas en los que han sido sustituidos los debates por las consignas, la razón por los sentimientos y la tolerancia por el sectarismo. Se trata de una constante global. Como apuntó la polémica y lúcida Cayetana Álvarez de Toledo en la ‘La reunión secreta’: «Todos los países pueden volverse locos, no hay ningún sistema que nos vacune para siempre de los delirios colectivos; el nacionalismo es una peste que puede entrar con cualquier sistema»; la experiencia demuestra que hasta el modelo británico, tan ponderado en otros aspectos, genera «disparates colectivos y extraordinarios como el brexit».
Hace más de cien años, en julio de 1918, Julio Camba publicó un artículo titulado ‘La verdadera nacionalidad’, en el que elucubraba, con su particular ironía, sobre lo fácil que puede resultar ‘hacer’ una nación. «Una nación se hace lo mismo que cualquier otra cosa. Es cuestión de quince años y un millón de pesetas. Con un millón de pesetas yo me comprometo a hacer rápidamente una nación en el mismo Getafe, a dos pasos de Madrid». La tarea, según Camba, consistía en observar si había más hombres rubios o morenos, si predominaban los branquicéfalos sobre los dolicocéfalos, porque «es indudable», argumentaba, «que algún tipo antropológico tendrá preponderancia en Getafe». Con tales datos, más la recogida de unos cuantos modismos locales, en poco tiempo no sólo habría ganado una fortuna sino que habría reducido al silencio a quien le cuestionara que Getafe es una nación…
Pero no acaba ahí el artículo. Camba traza un penúltimo giro a su argumentación: cuando un nacionalista convencido le advierte que él mismo es celta, el genial periodista aclara que si eso es así, fue en una época tan remota de la que no guarda recuerdo y que también, en el transcurso de los siglos, cabe que haya sido godo, fenicio y moro. «Por qué no han de asociarse los hombres por temperamento en vez de hacerlo por razas o por religiones? Ello sería, indudablemente, mucho más científico, y yo no desespero aún de ver cómo algún día se declara una gran guerra intercontinental de biliosos contra linfáticos. Los biliosos, naturalmente», concluye Camba, «serán quienes rompan las hostilidades». ¿Vivimos ya la distopía del separatismo?