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Meada de gato

Acaba de confirmar la NASA que hay agua en la Luna. La noticia ha abierto informativos en medio mundo y hace soñar con futuras gestas espaciales. Lo curioso es que el formidable descubrimiento se confirma cuando en los cinco continentes sigue habiendo negacionistas que no creen que el hombre haya pisado alguna vez la superficie de nuestro satélite. En España es diferente. Aquí nadie duda que hay un toro enamorado de la Luna que abandona por la noche la maná, que es ella quien rige las mareas, que los lobos le aúllan, que enloquece a gatos, liebres y transforma al hombre lobo en una bestia astuta y sanguinaria. Desde que el mundo es mundo.

La noticia resulta sin embargo algo desconcertante, pues no se trata propiamente de agua subterránea o de bloques de hielo perpetuos como los de un glaciar. Según los científicos, son depósitos de agua ‘atrapada’ en los minerales de la superficie lunar; formando parte de una serie de ‘trampas frías’ repartidas por zonas de sombra permanente y por otras que reciben luz solar y se extienden –concentrada el agua en depósitos de tamaños muy variables–, por una superficie que rondaría en total los 40.000 kilómetros cuadrados.

Hay encuestas que cifran en un 25 por ciento el número de habitantes de Estados Unidos, Reino Unido y Rusia que no creen que Neil Armstrong pisara la Luna el 20 de julio de 1969. Ni Armstrong ni ninguno de los otros once astronautas que hasta la fecha viajaron a nuestro satélite. Imagino que si todos esos entusiastas del ‘descreimiento’ niegan la mayor, es decir, el viaje, mucho más dudarán de que podamos ‘exprimir’ rocas lunares para cosechar el agua encerrada desde hace millones de años en los cristales del pedregal selenita. Para ellos, pura ciencia ficción.

A mí esta historia me recuerda una anécdota de hace años, cuando en Cáceres aún no se había concesionado el servicio público de abastecimiento de agua. Nada más registrarse una amenaza de sequía y caer cuatro gotas, los periodistas llamaban enseguida al técnico municipal esperanzados en que anunciara mejoras ostensibles en el nivel del agua embalsada. El bueno de Rafael Valiente, entonces responsable del servicio de abastecimiento, les desengañaba de inmediato con estas palabras: «Apenas llovió. Meada de gato».

Yo creo que al margen del escepticismo negacionista, para el hombre de la calle –por lo general lego en cuestiones científicas– las condiciones en que se encuentra el agua en la Luna rebaja las expectativas de la noticia a la fórmula de Rafael Valiente: «Meada de gato». A pesar de ello, seguramente es de agradecer en estos tiempos de pandemia y ánimo pesaroso, la aportación que suponen hallazgos como los anunciados por la NASA. Y no tanto porque acarreen beneficios ‘inmediatos’ para la humanidad, sino porque nos obligan a levantar la vista del suelo. A ver la Luna, no solo el dedo que la señala.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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