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La costra

Recordaba el escritor Claudio Magris entrevistado por Daniel Verdú en ‘El País’ que hace unos 15 años, cuando él enseñaba en Bard College, en Estados Unidos, –donde también fue profesora Hannah Arendt– «solo cinco o seis estudiantes en una clase de 36 sabían quién fue Stalin. Les dije que no podíamos seguir adelante. No era como nombrar a un importante soberano asiático de hacía siglos. Stalin forma parte de un mundo vivido, con todas sus traiciones, millones de muertos en nombre de ciertos ideales… Algo que te marca no solo en el tiempo breve de la jornada». Magris resumía en esa anécdota la dificultad que supone reflexionar con inteligencia crítica acerca de algo que representa para él «un presente duradero» pero para los alumnos algo ignoto. «Sería como hacer un curso sobre el amor en Flaubert y que algunos no supieran qué es el amor o el sexo», apostilla el autor de ‘El Danubio’. Su crítica incluye también la ‘instantaneidad’ propia de las redes sociales: «cuando la memoria se convierte en algo tan corto que parece que lo que ha sucedido esta mañana pertenece a los tiempos de la Reconquista».

Quizás el desequilibrio entre lo que podría denominarse ‘conocimiento asimilado’ y el mero ‘montón de datos’ constituya la seña básica del populismo moderno, pues mientras el primero se vincula a ese ‘presente duradero’ del que habla Magris, a una racionalización de la historia y de la vida, el segundo representa la apoteosis de la instantaneidad, la simple acumulación de mensajes en los que prima la sentimentalidad, no la razón. El combustible favorito de los populismos. Una sentimentalidad perecedera, inconsistente: pan para hoy y hambre para mañana.

En ‘Meditaciones’, el emperador Marco Aurelio recoge este diálogo de Sócrates:

«—¿Qué queréis? ¿Tener alma de seres racionales o de seres privados de razón?

—De seres racionales.

—¿Qué tipo de almas racionales, sanas o perversas?

—Sanas.

—¿Por qué no las buscáis entonces?

—Porque ya las tenemos.

—Entonces, ¿por qué os peleáis y discutís?».

Me encantaría escuchar la respuesta de algunos contrincantes políticos actuales a ese diálogo socrático. ¿Por qué os peleáis y discutís? ¿Por el bien común o por un puñado de votos? ¿Por el interés de todos o solo por el vuestro?

La maldición de los populismos no afecta únicamente a la desmemoria, para crecer y multiplicarse necesita también la polarización de la sociedad (la radicalidad en el juicio, el anatema, la descalificación personal, el exabrupto, la demagogia, la mentira) y sobre todo contradecirse sin rubor y sin interrupción: donde dije digo, digo diego, y si no le gustan estos principios, señora, tengo los de Groucho Marx. Aunque sirva de escaso consuelo, esta brecha no ha surgido a raíz del 4-M en Madrid. El virus, antiguo como la demagogia y el egocentrismo, ya estaba en el ‘procés’, en Trump, en el Brexit y en cuantos olvidan, pasados apenas unos años, la costra de cualquier totalitarismo.

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Juan Domingo Fernández

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