A veces a lo que no entendemos lo llamamos milagro. Esta semana se ha conocido el caso de un enfermo de covid, ingresado en un hospital de Barcelona y en coma inducido, quien al escuchar una grabación con la voz de sus hijos reaccionó de inmediato. La enfermera que le cuidaba lo resume en una frase: «Me apretó la mano y supe que quería vivir». Un caso lleno de humanidad que siembra esperanza y resulta al cabo más estimulante que esas estadísticas repletas de cifras, porcentajes de contagios y vacunados.
Como las grandes historias que trascienden lo cotidiano, sus episodios no avanzan linealmente sino por vericuetos, dudas y pasos atrás. La enfermera, Meritxell Pérez, sabía por su formación profesional que el sentido del oído es de los que conserva más tiempo un paciente en coma inducido. Partiendo desde ese puerto, consiguió que los hijos del afectado (en pleno confinamiento y repartidos por Brighton, Andorra y Barcelona) le grabaran mensajes contándole cosas normales, alegres; por ejemplo, que iba a ser abuelo y que ya estaban pintando la habitación del bebé… Al fin logró que abandonara los cuidados intensivos aunque después en planta empeoró, sufrió un infarto, necesitó hemodiálisis, que lo intubaran de nuevo… Esta vez fue la familia del paciente, Xavier Ollé, quien recurrió a la enfermera que lo había ‘rescatado’ de la UCI para comunicarse con sus hijos a través de una tableta y suministrarle nuevos mensajes que demostraron ser una terapia efectiva para ir saliendo del pozo.
Aparte de la empatía que mostró esa enfermera con una persona que le recordaba a su padre (de la misma edad y a quien ella no pudo salvar, según explica en ‘La Vanguardia’), y al margen de la anécdota de los audios, a mí lo que me parece admirable es su determinación para intentar algo distinto, no rutinario; su renuncia al conformismo, a esa aceptación fatalista de la adversidad. Quiero decir que lo que yo premiaría en esta historia es la disposición de quienes la protagonizaron, no tanto las herramientas. La firmeza del paciente que sobrevive un mes en la UCI hospitalaria entubado boca abajo, en coma, con daños neurológicos y regateando un día sí y otro también a la muerte. Comprometerse a lo distinto equivale a estar esperanzado, supone luchar.
Reconforta saber que tras dos estados de alarma, miles de contagiados y fallecidos, la pandemia del coronavirus consiente ejemplos tan admirables, tan conmovedores, como los de Xavier Ollé y Meritxell Pérez. Y aunque resulta asimismo esperanzador el hecho de que en Extremadura el número de los vacunados con la pauta completa duplica ya al total de contagiados, confieso que en mi caso lo más estimulante, lo que ha iluminado el túnel, ha sido una llamada telefónica, desde uno de esos números larguísimos, convocándome para vacunarme en Cáceres esta misma semana. Aleluya. Y me da igual, por supuesto, de qué marca es la inyección.