En el tramo final de La Liga, el Real Madrid se está convirtiendo en víctima propiciatoria del VAR, ese invento susceptible de mutar cualquier mano de un jugador blanco en pena máxima, como ocurrió en el último partido Real Madrid-Sevilla. En vez de erigirse en juez infalible, el VAR lleva camino de consolidarse como un mecanismo formidable de arbitrariedad, incertidumbre y, por tanto, de injusticia. Ignacio Ruiz Quintano lo resume en su blog de manera precisa: «La peste del VAR ha venido para diezmar entendimientos, y personas que pasaban por sensatas enloquecen los domingos explicando que cosas que se hacen en el fútbol con la mano son penaltis, y los miércoles y sábados los mismos manotazos ya no lo son». Para él, siguiendo el reglamento, hay unas cuantas cosas, sin embargo, que están claras: «La mano es penalti si es voluntaria, o si, involuntaria, desbarata una clara ocasión de gol», circunstancia que no se da en el 90% de las manos que «se llevan pitando desde que el VAR desgobierna el fútbol». ¿Dónde queda el concepto intencionalidad? Como en el viejo chiste del confesionario, dan ganas de preguntar: ¿esa máquina trabaja con decimales?
El mundo del fútbol ha cambiado; o mejor, está en constante evolución. Alguna vez he recordado los improperios que se escuchaban en la Ciudad Deportiva, donde jugaba el Cacereño cuando yo era joven. Recuerdo la tarde en que un hincha local vociferó contra el juez de línea –algo entrado en carnes– con ocurrencia tremendista: «¡Linier, cabrón, a cuántos cerdos han matado con menos peso!». Hoy, cualquier alusión similar chocaría con lo ‘políticamente correcto’, aunque siempre se haya atribuido una implícita capacidad de desfogue (el fútbol como ‘opio’ sustitutivo de otras inquietudes) al ciudadano que gasta su dinero para acudir al fútbol. El que paga, manda, con derecho a vociferar y a maldecir lo que le venga en gana. ¿Quién no sabe de algún familiar o de ese amigo que entre semana es el ejemplo exquisito de corrección y modales pero cuando sigue a su equipo en el estadio deja de ser doctor Jekyll y se transforma en míster Hyde? La válvula de escape.
Cuenta Enric González en un librito delicioso de recuerdos futbolísticos que cuando tenía cinco o seis años iba siempre con su padre y un familiar antifranquista a Sarrià para ver jugar al Español. Durante el viaje en el coche, su ensoñación «feliz y redentora» era que cambiarían las cosas porque «confiaba, pobrecillo, en que la megafonía de Sarrià interrumpiera el recitado de la alineación (‘Bertomeu, Osorio, Mingorance…’) para anunciar entre aplausos la muerte de Franco», lo que, en su fabulación infantil, equivalía automáticamente a un título de Liga para el equipo de sus amores. Quizás ahora, cuando parece inminente el regreso de los espectadores a los campos, la ensoñación general sea la certeza de que una mano involuntaria como la de Militao pueda acabar costando, debido al videoarbitraje, nada menos que un campeonato.