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A los 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco

Reproduzco más abajo lo que escribí la misma tarde en que se conoció la muerte de Miguel Ángel Blanco. Apareció en mi sección El alambique, que firmaba como Tristán Buendía, el domingo 13 de julio de 1997, en la página 18 de la edición de HOY de Cáceres.

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DESDE que el hombre consiguió erigirse sobre el légamo prehistórico y vivir en sociedad, la palabra es el arma del progreso. En cuántas ocasiones, sin embargo, la humanidad ha sentido la tentación de creer a pie juntillas, o mejor, de constatar, aquello que dejó dicho Marx: “La violencia es la partera de la historia”.

Las intensas horas que vivió durante toda la jornada de ayer la gente de bien de Cáceres, se convirtieron en zozobra y pesadumbre cuando se conoció la noticia de la nueva barbarie de ETA. La idea de “venganza”, tan natural e instintiva en todas las sociedades, iba cristalizando en la calle a medida que pasaban las horas y crecía la indignación. Pero en momentos así es cuando se necesita recordar que la palabra, no la violencia, es la que permitió al hombre abandonar el charco del estado irracional.

Acciones como la de ETA constituyen un “paso atrás en la evolución”, como un descenso al estado primitivo, a los tiempos de la bestia prehumana, y caer en la tentación de una respuesta “impulsiva” sería otra forma de hacerles el juego. Para demostrarles su error y su torpeza no conviene jugar en su mismo terreno, sino ponerles frente el espejo de la realidad: una sociedad que les observa, con miedo y desprecio, como restos de un estadio bárbaro y enloquecido, de orangutanes desconcertados en el fondo de su cueva ante una sociedad que progresa.

Si no fuera por su dramatismo, acciones como las de ETA nos parecerían “surrealistas”, propias de un guión cinematográfico de cualquier joven aficionado a la experimentación con el séptimo arte. Cáceres, ayer por la tarde, aparecía llena de jóvenes reclutas, aprovechando las horas de paseo con sus novias y familiares antes de la jura de bandera prevista para hoy. Esa imagen, de normalidad, contribuía más aún a subrayar lo “absurdo” de las acciones de ETA, instalada en la “irrealidad” de unos presos, víctimas a su vez de ese torbellino infeliz que ellos han alimentado, y de una minoría tozuda que se empeña en dar chocazos con su cabeza contra el muro de la realidad, de la historia, de la libertad, de la justicia, del progreso y, lo que es peor para ellos, contra el muro de la inteligencia. No sólo son menos, sino que además son más torpes. La historia, que es inexorable, les pasará factura.

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Juan Domingo Fernández

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