Por sus páginas desfilan el mal, la ambición, el amor, los celos, la avaricia, la inocencia y un surtido catálogo de venenos y armas letales. Sus personajes exclaman cada dos por tres «¡oh!, querida» con acento de la campiña inglesa, juegan al tenis o al cricket y frecuentan mansiones de lujo, pero más allá de su carácter ‘novelesco’, presentan la suficiente carga de humanidad para resultarnos cercanos y verosímiles. Estoy hablando, por supuesto, de las novelas de Agatha Christie. Creo que de joven me leí toda la serie con aquellas extraordinarias portadas de la Editorial Molino. Cuando acababa el último examen del curso, mi ‘liberación’ consistía en acudir a la librería y devorar una de las historias de la reina del crimen. Era la señal de que me había sacudido la responsabilidad de leer ‘para estudiar’, subrayando con un lápiz en la mano. Desde entonces, las novelas de Agatha Christie representan para mí la literatura como puro placer, como esparcimiento y recreo. Conocí a una persona (con grandes responsabilidades intelectuales) que sólo lograba dormirse leyendo en la cama las novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, aquellas singulares historias del Far West escritas por un español. Y algo parecido contó Woody Allen de Ingmar Bergman, que veía en la cama, para relajarse, películas que no le hicieran pensar, «a veces una de James Bond». El pasado domingo, día 29, este periódico comenzó a distribuir una colección de novelas de Agatha Christie que incluye títulos como ‘Asesinato en el Orient Express’, ‘Cinco cerditos’, ‘Poirot investiga’ o ‘Muerte en el Nilo’. Adivinen cuáles serán mis relecturas de verano.