No hablaré de la crisis, a pesar de que es difícil navegar por la prensa sin que nos sacudan sus olas: desde la ignominia de las balanzas fiscales hasta la subida del petróleo o el riesgo de las hipotecas disparándose como el mercurio en verano. Casi todos los periódicos han recogido también estos días la noticia de un colega británico que revela la supuesta identidad del misterioso artista urbano y grafitero Banksy. Ya saben, ese genio del grafiti que pinta en muros desconchados y anónimos la imagen de una asistenta doméstica con delantal y cofia ‘levantando’ la faldilla de la pared para recoger la suciedad; al Che, gesticulante y ufano luciendo una camiseta con su imagen ‘legendaria’ o a un artista bohemio, con pajarita, polainas, paleta y caja de pintura dando los últimos retoques a un inmenso grafiti que representa en realidad la firma del propio Banksy. (Esa obra, pintada en un muro ahora protegido por una plancha de metracrilato, alcanzó la cifra de 275.000 euros en una reciente subasta en Internet). Decía que no pienso hablar de la crisis ni tampoco de las obras de Banksy, aunque me parece extraordinaria la actitud del grafitero. Mientras en política lo habitual es que nos ‘vendan’ las realizaciones por entregas, en sucesivas comparecencias públicas (¿cuántas ruedas de prensa para obras, proyectos, programas y promesas?) Banksy va a lo positivo y hace su trabajo sin importarle la foto. ‘Ahí está la obra, que es lo que importa’, podría ser su lema. Yo sueño con el día en que las ‘realizaciones’ políticas salgan solamente dos veces en la prensa: en su anuncio oficial y en la foto de la inauguración. Mientras tanto, habría que emular a Banksy: a por el trabajo con efectividad y sin dar la matraca.