El domingo 28 de junio se cumplió un año de la muerte de Julián Rodríguez, (Ceclavín, Cáceres, 1968), traductor, editor y director de las revistas ‘Sub rosa’ y ‘La ronda de noche’, fundador de editorial Periférica, galerista de arte y sobre todo autor de una obra narrativa y ensayística singular: ‘Tiempo de invierno’, ‘Lo improbable’, ‘La sombra y la penumbra’, ‘Ninguna necesidad’, ‘Unas vacaciones baratas en la miseria de los demás’, ‘Cultivos’ o ‘Nevada’, libro de poemas publicado el año 2000 en Renacimiento.
Yo conocí a Julián Rodríguez a mediados de los ochenta. Desde esa época su figura se multiplicó como la de un activista cultural al que nada le era ajeno: desde la hostelería hasta las iniciativas editoriales; desde el cuidado tipográfico (a él se debe, por ejemplo, el memorable diseño de la colección La Gaveta, de Editora Regional de Extremadura) hasta las galerías de arte Torre de Babel y Casa sin Fin, que promovió en Cáceres y Madrid; la Asociación de Escritores Extremeños –que contribuyó a impulsar junto a Antonio Sáez Delgado– o su trabajo de comisario de exposiciones en el Centro Helga de Alvear o en el MEIAC. Creo que Julián Rodríguez fue un verdadero ‘sabio renacentista’, pero sin el lastre del academicismo o la pedantería. Al contrario. Un escritor capaz de conmover a los lectores de su blog o de su diario en Facebook con esa sencillez lúcida, precisa, con que hablaba de los grandes creadores o de su inseparable Zama y sus paseos por la sierra.
Ahora, al año de su muerte, su hermano Javier edita, «destinadas a familiares y amigos», las conmovedoras páginas de ‘Una carta de Henry James a Fanny Stevenson nuevamente impresa en memoria de Julián Rodríguez Marcos’. James escribe a la viuda de R. L. Stevenson (muerto repentinamente a los 44 años) y ensalza su grandeza: «Iluminó un lado entero de la Tierra y era por sí mismo una provincia entera de la imaginación. Sin él somos gente más pequeña, personas más mediocres». Y añade: «Fue pese a todo un hombre con suerte. Quiero decir que tengo la sensación de que ha sido tan feliz en la muerte (abatido de esa manera, como los dioses, en una hora clara, gloriosa) como lo fue en los momentos de esplendor. Pese a todas las circunstancias tristes de su rica y exuberante vida, tuvo lo mejor de ella, lo más intenso de la lucha, lo más sonoro de la música, lo más fresco y espléndido de sí mismo. Sería distinto si no hubiese alcanzado la plenitud y la excelencia. Fue todo intenso, todo gallardo, todo exquisito desde el principio. (…). Se ha ido a tiempo para no envejecer. Lo suficientemente pronto como para ser generosamente joven y lo suficientemente tarde como para haber apurado la copa». Hablando de la carta, Javier Rodríguez le confesó a Miguel Ángel Lama: «Con mi hermano muerto me pareció casi un retrato suyo». Quizás el mejor recordatorio.