DURANTE nueve años he vivido en Madrid, donde compré mi primera vivienda y donde estudié y trabajé sin sentirme nunca forastero.
Los compañeros casi nunca acertaban con mi pronunciado acento extremeño ?que mantengo con los años, como una parte más de mi ADN? y del que jamás se me pasó por la mente prescindir.
Unos creían que era latinoamericano; otros, canario, andaluz e incluso murciano.
Raramente acertaban a la primera. El acento jamás me causó problemas, aunque sí tuve que cuidar la sintaxis y olvidarme de esas particularidades tan cacereñas a la hora de hablar: «Ten cuidado, que lo caes»; «Me lo he quedado olvidado» y cosas así.
Cuando hablaba de mi tierra con los amigos que no conocían mucho Extremadura siempre explicaba que, en un sentido amplio y resumiendo, se podría decir que Cáceres es más Castilla y Badajoz más Andalucía. Todo el mundo entendía esa generalización.
Sin embargo, la primera vez que se me ocurrió plantear esa idea por escrito en este diario, hace ya veinte años, un lector escribió metiéndose conmigo y sugiriendo que me dedicara a escribir sobre la región, sin más disquisiciones.
Al cabo de los años mantengo mi acento y creo conocer algo por encima el carácter de mis paisanos. ¿Pero seguirá siendo cierto que en Cáceres somos más parecidos a Castilla y en Badajoz más parecidos a Andalucía? Tal vez pregunte acerca de esta cuestión a mi admirado Álvaro Valverde, tan ponderado siempre en sus juicios y apreciaciones.