(De los periódicos)
Resulta que Nadya Suleman, la mujer californiana que dio a luz octillizos el pasado mes de enero ha firmado un contrato con una productora de televisión para «documentar» en un ‘reality show’ la vida de sus hijos hasta que cumplan 18 años.
Nadya Suleman es madre de una numerosa prole: tiene 14 hijos en total. Y en contra de lo que pensarán algunos descreídos, es una madre ‘considerada’, pues además de firmar otro contrato para que una escritora escriba su autobiografía (con datos reveladores acerca de su infancia, de la de sus hijos y del donante de esperma), lo que le permitirá disponer de unos ingresos extra para la crianza y manutención de su familia numerosa, ha explicado que el programa de ‘cuasirrealidad’ no le obliga a que las cámaras permanezcan en su casa 24 horas al día, sino que mostrarán tan sólo «los momentos más importantes, como los cumpleaños de los niños», según informa Efe desde Washington.
El abogado de la prolífica madre ha salido en su defensa y ha explicado que la buena mujer se negó a una grabación constante porque, en ese caso, «sentiría que se está aprovechando de sus hijos». Eso son razones.
La historia de Nadya Suleman es tan fantástica que no parece real. Pero sí lo es. Como su deuda hipotecaria (a la que quiere hacer frente con las ganancias de este negocio), como la posibilidad –legal y científica– de que un país permita la implantación masiva de óvulos para una fecundación in vitro en tales condiciones, como es legal la opción de comerciar en el mundo televisivo con ese espectáculo o que una productora avispada (¿?) adivine detrás de ese disparate descomunal una fuente de negocio que le reportará audiencia y dinero. Noticias como esta son las que renuevan mi vena marxista, de Groucho Marx, quien también se anticipó como Woody Allen: «La televisión es muy educativa. Cada vez que alguien la pone me marcho a otra habitación y leo un libro».