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Modelo Edimburgo

Yo soy un enamorado de los países latinos. Prefiero Roma antes que Berlín, París mejor que Bruselas y Lisboa frente a Londres. Por motivos familiares he pasado los días de Navidad en Edimburgo, la capital de Escocia. Es la primera vez en mi vida que esas fiestas me pillan lejos de España, aunque no lejos de españoles pues durante la cena de Nochebuena nos juntamos alrededor de la mesa cerca de veinte compatriotas, y casi todos jóvenes. Así que ya se imaginan: chistes, villancicos, torta del Casar, buen jamón ibérico, turrón, cava y escandalera. Nada de esencia británica. Typical Spanish.

Afuera, con varios centímetros de nieve, hacía un frío polar. Nunca he visto resbalar y caerse a más gente normal en la calle ni mantenerse en pie, de forma inverosímil, a más borrachos. Ciudad de contrastes.

Edimburgo, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad, es una de esas capitales a las que ningún elogio resulta excesivo, incluido el particularísimo acento de sus habitantes, una jerga que si se aprende a descifrar aseadamente equivale a un doctorado para entender cualquier entonación de la lengua inglesa.

Como todas las poblaciones aficionadas a la historia y orgullosa de su pasado, Edimburgo está repleta de placas, estatuas y memoriales. No solo como un reclamo e indicativo turísticos, sino como el homenaje natural de unas gentes acostumbradas al valor de la tradición y el poso de los años. Así, el paseante se topará con las efigies de algunos prohombres que vieron allí la luz: filósofos como David Hume; el padre de la economía liberal como Adam Smith; inventores como Alexander Graham Bell; escritores como Walter Scott, Robert Louis Stevenson, Arthur Conan Doyle o el poeta Robert Burns, pero sin olvidarse de otros creadores como J.K. Rowling, la autora de las novelas de Harry Potter, que sin haber nacido en la ciudad, vivió y escribió allí buena parte de su obra y se inspiró en un colegio clásico de Edimburgo para situar las aventuras del pequeño mago. Dicho colegio, o la cafetería donde las peripecias de Harry Potter empezaron a pasar de la imaginación al papel forman parte también de las rutas viajeras más frecuentadas por jóvenes y no tan jóvenes. Por eso la industria del souvenir en Edimburgo no se limita a las películas de Sean Connery –otro escocés famoso–, a las botellitas de whisky, a las faldas y bufandas de los trajes típicos ni a los imanes para la nevera del monstruo del lago Ness. Cualquier guía informará al turista de que esa ciudad es la cuna de Irvine Welsh, el novelista autor de ‘Trainspotting’, cuya versión cinematográfica se rodó en lugares que también pueden visitarse, igual que otros escenarios de la película ‘El Código da Vinci’, rodada en parte en Edimburgo.

Así que el viajero deseoso de sumergirse en la historia y en las leyendas tiene ocasión de fatigar la Royal Mile, con sus callejones fantasmales y masónicos, perderse en sus museos y bibliotecas, disfrutar de sus parques (no en invierno, salvo que les guste esquiar) o atiborrarse de pintas de cerveza. Pero también tiene la oportunidad de disfrutar de una ciudad que no solo no reniega de su su pasado, sino que ha sabido rentabilizarlo y convertirlo en el corazón de una capital culta y viva. Aunque haga un frío de mil demonios.

Temas

turismo, viajes

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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