Algunas de las mejores historias que conozco las he escuchado en las peluquerías. Empezando por aquella de Juan Peña, en mi Ibahernando natal, hasta la del entrañable Juan Barra, en la calle Pintores de Cáceres, donde como él me recordó en muchas ocasiones, había cortado el pelo o afeitado a cinco generaciones de mi familia. Precisamente en ese local le oí contar, hace ya décadas, la historia de aquel tiempo en que tuvo, literalmente, el destino de España en sus manos… No es una exageración. Durante los primeros meses de la guerra civil, Juan Barra era el encargado de acudir todos los días al Palacio de los Golfines de Arriba a rasurar la barba del general Francisco Franco, que por entonces había fijado su cuartel general en Cáceres.
Juan Barra recreaba detalles de aquellos días en los que el Generalísimo y futuro Jefe del Estado se había convertido en el huésped principal de ese palacio, por cuyas dependencias y patios jugaba también su única hija, Carmen Franco. Y siempre surgía al final de la historia una pregunta –que no recuerdo ahora si la planteaba él o alguno de los clientes que escuchábamos sus palabras–: ¿Qué habría ocurrido si la navaja de afeitar se hubiera desviado, violentamente, de las mejillas al cuello del dictador? Lo que recuerdo es la respuesta del peluquero:
–¡Uff! Cualquiera, cualquiera…
Sobraban otras aclaraciones. Y todos reíamos con la contestación. ¡Cualquiera!
En esa peluquería, regentada después por su sobrino Joaquín, aprendí a disfrutar con el humor zumbón de muchos cacereños, a sobrellevar, con resignación, las subidas de moral de la hinchada del Barça (las menos veces) y a compartir la euforia que suelen acarrear los éxitos del Real Madrid y de los equipos locales.
La federación que agrupa en Cataluña a los peluqueros se está peleando estos días con la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) porque les reclaman el canon correspondiente en el caso de que utilicen hilo musical para ambientar sus establecimientos. Yo soy un defensor del pago de derechos de autor, pero no quisiera salir trasquilado con esta nueva guerra. Por mí, que la SGAE siga con su política recaudatoria. De esa forma, tal vez consigan que en peluquerías como la fundada por Juan Barra nunca se decidan por el hilo musical. Saldremos ganando los clientes a quienes nos resulta mucho más grata una desenfadada conversación sobre el tiempo o los males de la política (dos temas ‘estrella’ en todas las peluquerías del mundo) que sentir cómo avanzan por la nuca la navaja, la tijera o la maquinilla sobre el fondo musical de Beethoven o de Mozart. O aunque sea el de Teddy Bautista y Los Canarios.
Ahora, eso sí, que no apliquen el canon en la consulta del dentista. Prefiero mil veces enfrentarme a todo el repertorio de Ramoncín, sin anestesia, que resistir en aséptico silencio a la extracción de una pieza dental. Por ahí si que no paso. Si hay que contribuir, estoy dispuesto a colaborar. Pero con música, canon incluido.
Y de paso, que la SGAE y demás sociedades que gestionan derechos de autor consigan ampliar su campo de negocio a otros ámbitos donde la ambientación musical resulta terapéutica. Pongamos que hablo de las salas de espera de los aeropuertos.