>

Blogs

De niños y alcohol

Mientras la mayoría de los niños se dedican a jugar con la videoconsola o a gastarse la paga semanal en chuches y patatas fritas, los hay que con trece añitos ya han visto culebras, y no precisamente en el zoo.

La noticia, fechada en Badajoz, es bien elocuente: «Un niño de trece años ha sido atendido este carnaval en el hospital Perpetuo Socorro al presentar una intoxicación etílica». Los del récord Guinness tienen ahí un nuevo nicho de mercado.

La tradición del bebercio está muy asentada en nuestra cultura, desde el turbio episodio bíblico de Lot y sus hijas hasta el refranero, prolijo en la materia: «Beber buen vino, no es desatino: lo que es malo es beber vino malo», «Beber con medida alarga la vida», «Bebido con buenos amigos, sabe bien cualquier vino», «El vino abre camino», «El vino demasiado, ni guarda secreto ni cumple palabra». La relación se haría interminable. Hay para dar y repartir.

Sin embargo, me parece que no son frecuentes los episodios de la tradición española en los que el protagonista bebedor sea un menor, exceptuando esos pasajes de ‘El Lazarillo’ en que el joven Lázaro se las ingenia con una paja de centeno o abriendo un pequeño agujero en la jarra de vino del ciego para sisarle parte de la bebida.

De haber vivido en esta época, a François Rabelais tal vez no se le hubiera ocurrido aquello de «Hay más borrachos viejos que médicos viejos». Y no lo digo por lo de la edad de jubilación, que también. Si la costumbre del botellón acaba consolidándose, ya veremos de aquí a unas décadas quiénes ganan la partida, si los galenos o los de la barra libre.

Yo creo que lo más asombroso no es la cogorza de un niño durante las fiestas del carnaval, sino que el consumo incontrolado y sistemático de alcohol por parte de menores no haga temblar el pulso ni de los padres ni de las administraciones hasta que se encuentran con la noticia del «temblor» de un coma etílico o un ‘delirium tremens’ en los medios de comunicación. Y entonces se arma la gran escandalera.

¿Pero cuánto tiempo durará el escándalo? ¿Un día? ¿Unas horas? ¿Lo que tarde en olvidarse el suceso? Mañana, más.

El mundo al revés. Ahora en vez de que los hijos vean a los padres apipados o sencillamente ebrios, les toca a los progenitores enfrentarse a las melopeas de sus vástagos. Bastante antes de que a los jóvenes les expliquen en el instituto el sentido de un libro como ‘Don de la ebriedad’ –escrito por un poeta que no llegaba a los 18 años– muchos de ellos se habrán doctorado en esa disciplina trasegando alcohol a manta en el botellón, e ignorando que en el caso del poeta Claudio Rodríguez la ‘ebriedad’ era más la metáfora de la inspiración, del entusiasmo adolescente, que el conocimiento empírico del cubateo.

No voy a decir eso de que «cada palo aguante su vela». Pero lo pienso. Ya se encargará el jurado popular –quiero decir la opinión pública– de ajustar cuentas con los culpables del desaguisado. De todas formas, tampoco estaría de más que nos paráramos un rato a reflexionar sobre la verdadera responsabilidad de los padres a la hora de educar y dar ejemplo a los hijos. Aunque sea aprovechando un alto, junto a la barra del bar, entre copa y copa.

Temas

botellón

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


febrero 2010
MTWTFSS
1234567
891011121314
15161718192021
22232425262728