La tierra los engulló y han sobrevivido. Ahora corren el riesgo de quedar sepultados bajo el fulgor de su hazaña. La memoria tiene más densidad que las piedras. Aún nos conmueve la fuerza de algunas historias personales: desde la del ‘divertido’ Mario Antonio Sepúlveda, que confesaba haber estado con Dios y con el diablo, pero que «ganó Dios» porque él se había agarrado «a la mejor mano», hasta la de la esposa de Yonni Barrios, que mostró su dignidad e indignación porque también se había desplazado hasta el campamento minero «la otra», la amante, a recibir a su marido.
Los 33 supervivientes acaban de salir de un sarcófago a 700 metros de profundidad y si Dios no lo remedia llevan camino de adentrarse en las arenas movedizas de la fama inverosímil, de esa popularidad de cartón piedra con la que trabajan ciertos medios de comunicación de masas. ¿Les han vacunado contra ese virus a los nuevos náufragos? ¿Quiénes les van a adiestrar contra los cantos de sirena del dinero fácil o del protagonismo perecedero? ¿Se convertirán en penitentes de lujo, o definitivamente le haremos caso al simpático Mario Antonio Sepúlveda cuando nos pide que no le tratemos como artista ni como periodista porque él quiere seguir siendo «el trabajador», «el minero», que ha nacido «para morir amarradito al yugo»?
A mí me han sorprendido varias circunstancias de este rescate «planetario». Por ejemplo, ¿cuántas veces durante los 70 días de angustia hubieran aprovechado las fuerzas políticas –de uno y otro signo– para arremeter contra los responsables de la operación y pescar en río revuelto si en vez de Chile la desgracia hubiera sucedido en España? Me imagino las declaraciones de políticos, empresarios, sindicalistas o técnicos de variado calado, incluidos los juicios ‘ex-catedra’ de las barras de los bares…
¿Cuánto tardarían algunas televisiones, por ejemplo, en ‘rentabilizar’ los formidables gastos del rescate proponiendo que se aproveche toda esa infraestructura para montar programas tipo ‘Gran Hermano’ con concursantes dispuestos a reproducir para mayor gloria del «espectáculo televisivo» las condiciones de vida dentro del agujero?
Las posibilidades son casi infinitas. Desde convertir el Campamento Esperanza en atracción turística internacional hasta comercializar las rocas de la mina como un ‘souvenirs’ más. Y tiro porque me toca.
La vida diaria erosiona más que las excavadoras. Es más dura que el diamante. Durante los próximos días podrán comprobarlo estos 33 héroes forzados por el destino en un desierto chileno. Si alguno pierde la cabeza, al menos le quedará el consuelo de que ya sobrevivió a «ese mar de rocas» que la naturaleza (¿o las deficitarias condiciones de la explotación minera?) le atenazó una vez en las profundidades de la tierra.
Los psicólogos les han advertido, por lo visto, de que no volverán a ser los que fueron, de que nadie regatea impunemente a una desgracia tan descomunal. Ahora veremos quién les advierte de que la máquina descontrolada de la popularidad se ha puesto en marcha y sabremos si van a subastar al mejor postor el relato de su odisea. Porque me temo que para ese viaje no hay chaleco salvavidas, ni casco protector ni cápsula de rescate diseñadas por la NASA.