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La terapia nacional

Mientras los expertos acuerdan si son galgos o podencos los canes de la crisis, los humoristas resumían ayer en la prensa el panorama que se avecina. Con dos coprotagonistas: Ángela Merkel y Zapatero. En HOY, Sansón mostraba al presidente del Gobierno entregando un documento a la canciller alemana y diciéndole de soslayo: «Tenga. Mi curriculum».

En ‘Abc’, Puebla reflejaba otra escena de sofá. Esta vez Zapatero sostiene en sus manos un taco de folios para entregarle a Merkel en los que se lee: «Reformas». Y ella frente a él advirtiéndole: «Nein, nein. Eso ya lo veré de vuelta. Yo vengo para saber si es cierto que todavía no sabes si volver a presentarte».

En ‘El País’, Forges dibuja a la canciller alemana como una moderna Doña Inés y a Rodríguez Zapatero, con calzas y gola, como un escuálido Don Juan: «¿No es verdad, Ángela amor, que en esta apartada periferia más pequeña es nuestra deuda y la vuestra es un pastón?»

‘El Economista’ va más allá y en vez de una viñeta de humor elabora una foto-noticia para la portada con una reproducción del cuadro ‘La rendición de Breda’, de Velázquez, donde los personajes centrales son ahora Zapatero, que rinde las llaves de la ciudad, y Ángela Merkel, recibiéndolas. Pero en vez de llaves, lo que el presidente del Gobierno entrega es un gran pergamino en que se lee: Pacto social.

El país está, económicamente hecho unos zorros, pero saber que todavía somos capaces de reírnos de nuestros propios males es un consuelo. A no ser que en el fondo nos estemos riendo directamente de Zapatero en un ejercicio de liberación barato y posiblemente terapéutico. Pero qué tranquilidad comprobar que ahora llega un líder extranjero a leernos la cartilla y nos deshacemos en sombrerazos sin prejuicios de hidalgos viejos, pero pobres, de esos que se sacudían las migajas de la barba para dar a entender que habían comido. Adiós al falso orgullo del que le avergüenza mendigar y fuera complejos. En el primer tiempo del saludo ante la banca alemana y a sonreír , complacientes y obsequiosos, a quien ha venido a leernos la cartilla.

Todos aquellos que se quejan intermitentemente del ‘rancio nacionalismo español’ estarán más tranquilos desde ahora, pues estas actitudes amables y entregadas a quienes son los dueños, literalmente, de nuestra deuda, no tienen nada que ver con aquellos ‘españolistas’ de otras épocas, llenos de engolamiento y orgullo, que preferían arrostrar las penurias del subdesarrollo sin agachar la cabeza, salvo que no quedara más remedio que hacerlo ante el presidente Eisenhower, el convenio de las bases norteamericanas, las divisas enviadas por los emigrantes o el dinerito contante y sonante que dejaban los primeros turistas europeos.

En realidad tampoco es algo nuevo. En 1590, con 43 años de edad, Miguel de Cervantes, que ya había pasado por el trance de perder una mano en Lepanto o estar cautivo en Argel, andaba pidiendo al poder de la época que le hicieran la merced de un oficio en Indias. Los ‘cervantes’ de ahora son muchos titulados universitarios en paro que ya pueden ir preparando la maleta. A fin de cuentas, Alemania está más cerca que China. Y juegan mejor al fútbol.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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