Más que por su fecha exacta, suelo acordarme de algunos acontecimientos por el lugar donde me encontraba cuando ocurrieron o por lo que estaba haciendo cuando sucedieron. Supongo que algo similar le pasa a medio mundo, que no sabría precisar de memoria el día en que mataron al presidente Kennedy o la fecha en que se produjo el atentado contra las Torres Gemelas. Los de más edad seguramente sabrían proporcionar detalles acerca de dónde y en qué circunstancias se hallaban cuando supieron de la muerte de Franco, del asalto al Congreso por el teniente coronel Tejero o de los atentados islamistas en la estación de Atocha de Madrid.
En los casilleros de mi memoria sentimental encuentro fácilmente algunas fechas relacionadas con la Semana Santa. Por ejemplo, una de mi adolescencia, el año que Julio Iglesias acudió al Festival de Eurovisión con la canción ‘Gwendoline ’, actuación que presencié en una tele todavía en blanco y negro junto a otros jóvenes en el castillo de San Serván de Toledo. Recuerdo otras Semanas Santas porque los amigos aprovechábamos las vacaciones para irnos varios días a una finca de mi abuelo donde disfrutábamos de la libertad y el espíritu desenfadado de los pocos años. Jornadas aprovechadas para beber el vino turbio de las tabernas, para trasnochar o para enseñarles a los compañeros urbanitas cómo se cazan los gamusinos. Tiempo de despreocupación y de ilusiones intactas.
Ahora que lo pienso, recuerdo también otra Semana Santa, aquella de los años setenta en que Adolfo Suárez decidió legalizar al Partido Comunista de España para darle credibilidad a un proceso democrático entonces balbuciente. Por razones que no vienen al caso, recibí aquella legalización como una especie de visado para la convivencia y la concordia familiares de España, y digo ‘familiares’ en un sentido muy amplio y extenso.
Estoy seguro de que la Semana Santa de 2011 la recordaré porque pocos minutos antes de que el Cristo Negro saliese en procesión desde la concatedral de Santa María de Cáceres, el Real Madrid de Mourinho y de Cristiano Ronaldo le bajaron los humos al mejor Barça de la historia y se llevaron para La Cibeles la Copa del Rey. Con el tiempo es probable que no recuerde la fecha exacta: 20 de abril de 2011, Miércoles Santo, pero seguro que perdura la atmósfera de renacimiento que inauguró el pase de Marcelo a Di María, el centro del argentino y el vuelo a la victoria de Cristiano Ronaldo, cuyo testarazo por encima de un Mascherano convertido en estatua de sal puede servir a los geómetras para ejemplificar lo que es una parábola perfecta.
Se me ha venido a la memoria el gol de Mijatovic contra la Juve en la 7ª Copa de Europa del Real Madrid: la victoria contra el Valencia en París el año 2000, en lo que fue la 8ª Copa de Europa; y el gol de Zidane en Glasgow, el 15 de mayo de 2002 contra el Bayer Leverkusen, el día que obtuvo la 9ª. El Real Madrid solo ha ganado un partido este Miércoles Santo. Pero de momento va camino de conquistar la 10ª Copa de Europa. Alguno lo ha olvidado. Mourinho, no.