Según dijo Bernard Shaw: «Dos personas que se reúnen para escribir un libro es igual que tres personas que se reúnen para tener un bebé. Uno de ellos es superfluo». Respecto a la escritura, tal vez siga vigente el postulado del ingenioso dramaturgo y premio Nobel de Literatura, pero quizás no tanto en lo relativo a procrear. ‘Papito’ Miguel Bosé, por ejemplo, que es padre de gemelos. ¿Qué nómina de intermediarios se precisa para fecundar un vientre de alquiler?
Contestar a esa pregunta daría probablemente no para un capítulo televisivo, sino para una serie completa. Y de vivir Bernard Shaw, seguro que hubiera aprovechado el notición de Miguel Bosé para una de sus piezas teatrales con amplio reparto y buena dosis de latigazos contra la hipocresía, las convenciones sociales y los tabúes. El entramado escénico de Bosé da para un drama o para una comedia. Para un montaje del Centro Dramático Nacional o para un par de programas (con invitados incluidos) de Sálvame de Luxe o como se llame el bodrio.
Lo que hubiera disfrutado, de vivir todavía, José Miguel Ullán, tan magistral en sus comentarios ‘transgresores’ y anticonvencionales del Festival de Eurovisión y cuando glosaba aquellas declaraciones primeras del cantante Miguel Bosé. Metido en esa harina, recuerdo un artículo en el que citaba a Gracián a cuenta de lo que cuesta ganar experiencia en la vida: «Hácese un general a costa de su sangre y de la ajena, un orador después de mucho estudio y ejercicio; hasta un médico, que para levantar a uno de una cama echó a ciento en la sepultura. Todos se van haciendo, hasta llegar al punto de su perfección», para hilvanar escacharrantes observaciones acerca de la insistencia que Miguel Bosé mostraba en pregonar su condición de «dudoso». Y conste que intento ser políticamente correcto, pues la expresión «dudoso» es la que se atribuye a sí mismo el cantante, no la que le cuelga, como un sambenito, el barroco y mordaz José Miguel Ullán.
Con el tiempo han cambiado muchas cosas, además de la moral y ciertas convenciones sociales de la época de Bernard Shaw. También ha cambiado, por ejemplo, la vida media de las noticias o de las canciones. Hace décadas los acontecimientos se desplazaban en la conciencia y en la memoria popular como si fueran tortugas perezosas y ahora lo hacen como guiños vertiginosos en una pantalla digital. Había sucesos, mitos, ideas… que sobrevivían a varias generaciones de forma natural; melodías que surfearon sobre el gramófono, el tocadiscos y aún tenían impulso en las cadenas digitales. Los libros se mantenían en las bibliotecas y en las librerías sin el destino suicida a que les reduce en estos tiempos la mesa de novedades. Antes la vida era más lenta.
Lo único que permanece inmutable es el rencor del autor ante la mala crítica. Por mucha grandeza de corazón, por mucho espíritu tolerante que le adorne, nadie es inmune al agravio. Max Reger, compositor alemán coetáneo de Shaw, escribió a un crítico lo que sigue: «Estoy sentado en la habitación más pequeña de la casa. Tengo su crítica delante de mí, pero muy pronto estará detrás de mí».