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Womad para mirar

El Festival Womad cumple veinte años en Cáceres. Los carteles lo recuerdan por toda la ciudad. Veinte años es toda una vida. Siempre me ha interesado el Womad más como fenómeno sociológico, como encuentro de gente diversa, que como acontecimiento musical. Y tengo la impresión –por el caso que se presta a ciertos conciertos– que otros muchos comparten esa prioridad por lo colectivo, por el puro espectáculo que supone una fiesta con miles de personas en la calle. Los primeros años hubo quien vivió el festival como una invasión de desharrapados y ‘perroflautas’ que rompían la placidez del césped de los parques y amenazaban las buenas formas y composturas más tradicionales en la ciudad. Se produjeron desencuentros, algún que otro encontronazo pero no llegó la sangre al río.

Los niños que acudían de la mano de sus padres, sorteando los puestos de baratijas por la parte antigua, o participando en los talleres de baile y manualidades en San Jorge son ya veinteañeros o treintañeros y se han convertido en los principales propagandistas del festival. Todavía muchos cacereños se trabucan a la hora de pronunciar su nombre, pero el Womad es ya otra fiesta ‘imprescindible’ de la primavera en Cáceres. Una cita que se ha consolidado como en otras épocas lo hicieron los festivales hispanoamericanos, el festival medieval, el festival de teatro clásico, las ferias o las celebraciones populares de San Jorge.

Una muestra de 60 fotografías del Womad ha servido para inaugurar un nuevo espacio cultural en la parte antigua, la Casa Torremochada, junto a la plaza de Santa Clara. La exposición, que permanecerá abierta hasta el día 5 de junio, reúne imágenes de seis reporteros gráficos del diario HOY (Lorenzo Cordero, Jorge Rey y Armando Méndez) y de ‘El Periódico Extremadura’ (Francis Villegas, Javier Caldera y Rufino Vivas).

Yo guardo bastantes recuerdos del festival, pero si tuviera que seleccionar uno me quedaría con la foto de Lorenzo Cordero en la que se ve a una niña de primera comunión en Santa María rodeada de familiares y de algunos participantes en el Womad. Es el símbolo de la convivencia pacífica y del respeto al diferente, la metáfora de la tolerancia y la alegría en la celebración. Una forma de conciliar lo de siempre y lo de ahora. La exposición permite recorrer la atmósfera y la magia de esas citas multitudinarias que al principio hicieron refunfuñar a bastantes cacereños y al final han terminado haciéndose familiares, como esos parientes algo granujas y simpáticos que nos incomodan pero a los que siempre acabamos disculpando.

Además de imágenes, conservo otros recuerdos del Womad. Ciertas fotos veraniegas no necesito fecharlas, me basta con mirar qué edición figura en mi camiseta. Por casa también hay anillos, algún malabar, algún sombrero femenino de regalo, cedés de varias ‘estrellas musicales’ de los primeros años y supongo que un buen puñado de nostalgia. Lo que nunca aceptaría cerca de mí son esos malditos bongos que se venden en el Womad y que te dejan la cabeza como una devanadera. Por ahí no paso.

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


mayo 2011
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