EL coitus interruptus de los miembros del consejo de administración de RTVE sobre la cama de la censura previa me recuerda esos motines populares en los que la chispa de una penúltima injusticia enciende los corazones de la protesta. También me ha recordado el título de un famoso artículo de Manuel Vicent, ‘No pongas tus sucias manos sobre Mozart’. En aquel trabajo, con el que ganó el premio César González Ruano de periodismo, Vicent recreaba una historia de interés humano antes que político, pero ese título me parece que resume el exabrupto al que seguramente recurrieron los profesionales de RTVE al enterarse de los propósitos de su consejo de administración, uno de esos equipos sancionados ya con la fama inversa del sambenito.
El consejo de administración de RTVE ha estado en un tris de consagrar la posibilidad de que los representantes políticos metan cuchara en el guiso de los telediarios, como si no fuera suficiente su condición de críticos y gourmets que además quisieran convertirse directamente en cocineros.
Supongo que este acontecimiento, abortado por la rapidísima y masiva multiplicación de los comentarios en Twitter y Facebook, acelerará el debate sobre la necesidad de un modelo de medios públicos más parecido a la BBC, por ejemplo, que a aquella tele a la gresca de Calviño, María Antonia Iglesias o Alfredo Urdaci.
No hay que repasar la historia del periodismo para comprobar que la tendencia del poder a controlar la prensa es un principio tan incontestable como la ley de la gravedad. Ya se sabe: quien posee la información tiene el poder. Literalmente. Por eso resulta tan lúcida y reveladora la sentencia de Thomas Jefferson, hace más de dos siglos: «Si me fuera dado decidir entre un gobierno sin prensa o una prensa sin gobierno, elegiría lo último sin vacilar».
Entre la avalancha de opiniones y respuestas que ha generado el ‘error’ y ‘marcha atrás’ del consejo de RTVE, encuentro unas palabras pronunciadas ayer por el Príncipe de Asturias: «No hay democracia sin una prensa libre, crítica, rigurosa y responsable». Me parece una de esas sentencias que habría que poner en el frontispicio de todas las redacciones y… en los despachos de aquellos responsables políticos que han estado momentáneamente autorizados a la censura previa que supone ‘meter la cuchara’ en el proceso de elaboración de las noticias por parte de los periodistas profesionales.
Al final se ha impuesto la sensatez y la responsabilidad. Las aguas vuelven a su cauce, pero reconozco que me quedo con ganas de haber imaginado cómo hubiera sido el vértigo de elaborar un informativo, de editar cualquier telediario mientras suenan los telefonazos del mando a distancia para dictarte lo que tienes que decir o dejar de decir y durante cuánto tiempo.
Un espectáculo propio de una película de ficción o de una sesión de títeres y marionetas, algo inconcebible en los medios de titularidad pública de un país democrático que aspira a tener una prensa libre, critica, rigurosa y responsable. Y unos políticos, claro, que no le vayan a la zaga.