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Dioses e ídolos

Hace pocos años era lugar común la idea de que España, recién llegada a la democracia, no soportaría dos millones de parados sin que estallara una peligrosísima revolución social. La historia probó lo poco fundamentado de aquellos augurios. La situación socioeconómica general fue mejorando y hasta se llegó al deslumbramiento de que éramos más ricos de lo que en realidad marcaba la caja de caudales.
La crisis llegó para apagar la luz y ordenar que nos quitásemos el traje de fiesta. Durante mucho tiempo la esperanza colectiva, no la individual, se asentaba en opciones políticas teñidas de un fondo ideológico. De esa forma, había quienes confiaban en la derecha, con su amplio espectro de opciones; o en la izquierda, también con todos sus registros. Pero formulado aquel pronunciamiento de «Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo estoy muy malito», la confusión, la mezcla, la homogeneización adquirió dimensiones casi bíblicas y desembocamos en una época en que determinar con precisión el espíritu ideológico de un partido resulta más complicado que secuenciar el genoma humano.
No me refiero a eso de «todos los partidos políticos son iguales» sino a que cautivas y desarmadas todas las ideologías autoritarias, liquidados los viejos enfrentamientos de bloques, extendida la globalización, reducidos a contrapuntos pintorescos los movimientos ‘alternativos’ y consagrado el becerro de oro como único dios y los mercados como sus profetas, empieza a nublarse el horizonte. No es que todos los partidos sean iguales –que no lo son, aunque a veces lo parezca– es que los partidos se han convertido en  meros comparsas, en simples instrumentos, en personal menestral o de servicio de eso que podríamos denominar ‘el sistema’. Y el sistema trasciende las instituciones, los partidos, los países, las ideologías…. ‘El sistema’ es, no nos engañemos, la verdadera ideología de nuestro tiempo.  Decía Joubert que «unos quieren lo que es injusto; otros, lo que es imposible». Parece un diagnóstico escrito para estos días de incertidumbre. Millones de personas que han nacido y trabajan en sociedades aparentemente racionales, avanzadas, con vocación de justicia, se debaten entre la desesperanza y la pobreza porque la atmósfera tóxica de los mercados impone la implacable lógica de un ‘sistema’ para el que todavía no se ha encontrado antídoto.
‘El sistema’ aspira a que nadie cambie, a que se consolide lo injusto de esta situación mientras que del otro lado del cristal aspiramos al ‘imposible’ de que esa fatalidad termine de una vez. La historia prueba que los padecimientos no son eternos. Lo sabía Juan de Mairena: «No hay mal que cien años dure ni gobierno que perdure». Antes, la esperanza en que se produjeran cambios que sirvieran de bálsamo a la sociedad se depositaba en los partidos políticos. La gente de derecha, en los de derecha, y la de izquierda, en los suyos. Sin embargo cambia la cosa. Imagino que ahora, por ejemplo, la arriesgada lucha de IU para retirar el crucifijo del salón de plenos del Ayuntamiento de Cáceres consuela a la vanguardia de la izquierda en la lucha por un mundo mejor.

Juan Domingo Fernández

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Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


junio 2012
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