Cuando murió ‘el cojo Manteca’, a los 29 años de edad, Manuel Alcántara escribió una columna con la que le reservaba plaza fija entre los inmortales de la marginalidad y los desplazados de la opulencia. En cierto modo, haber dado pie –aunque solo fuera con uno– a esa obra genial del maestro Alcántara es también una forma de cumplir con el mundo, igual que justificaron su existencia, pongamos por caso, quienes inspiraron a personajes como la Celestina, Lázaro de Tormes o el buscón llamado don Pablos.
A mí me parece una especie de redención, de sublimación, que personajes como aquel ‘cojo Manteca’ que tanto se afanó en las manifestaciones estudiantiles de los años ochenta y que parecía abocado a una notoriedad efímera y tangencial quede en la memoria colectiva aunque solo sea por el mármol glorioso de un obituario periodístico. No necesitó más. Igual que no lo necesitaron los bufones que pintó Velázquez, acaso recordados y ‘existentes’ gracias al genio de su arte.
Cada época genera sus ‘desplazados de la normalidad’, esos que constituyen las excepciones a la regla en el ámbito social, político, cultural, profesional… La nómina puede ser tan variopinta y abigarrada como una falla valenciana o una letra de carnaval. Imaginen juntos y revueltos en su apoteosis a los roldanes, a los dionis, a los cojos mantecas o a la caterva de nuestros queridos monstruos cebados en las pocilgas de la telebasura. ¿Quién les inmortalizará en su condición de becados por esa España de charanga y pandereta que cantó Machado?
Me gustaría conocer qué dirán las crónicas futuras de los protagonistas y secundarios que trabajan en la compañía Gürtel; qué dirán de Luis Bárcenas, de Iñaki Urdangarín, de Amy Martin y de los aspirantes que aún no ha debutado en el patio de Monipodio. Me gustaría conocer qué dirán de ellos y de otros aparentemente prohombres de las finanzas que se han jugado y repartido la túnica del hombre de la calle y encima le han hecho pagar la madera donde le crujen y crucifican con la crisis.
A propósito del ‘cojo Manteca’ decía Manuel Alcántara que un tiempo como el nuestro merecía un héroe como él. Llevaba razón, ¿pero qué modelo de héroe nos reserva la actualidad? No lo quiero ni pensar. Lo malo de las malas hierbas es que además de parasitar la buena cosecha enturbian el paisaje, afean la tierra común. ¡Cuánto tiempo perdido glosando las andanzas de quienes no merecen la atención pública!
En su pelea con el mundo, señalaba Manuel Alcántara, ‘el cojo Manteca’ «enarbolaba sus muletas, que eran como la tizona y la colada de este campeador urbano y alcanzaba los más altos objetivos». Vocacional y solitario ‘kale borroka’, él atizaba a las farolas y a los escaparates a la luz del día, a cara descubierta, dejando clara la autoría del estropicio. Y además, como advertía en su ‘Réquiem por El cojo Manteca’ el maestro Alcántara, «desde Manolete nadie ha dado mejores muletazos por alto». ¿Pero qué dirán las crónicas futuras de estos héroes inversos de nuestros días si buena parte de sus obras transcurren en la sombra y únicamente buscan el medro personal?