Si es cierta la famosa copla de Manuel Machado: «Hasta que el pueblo las canta, / las coplas, coplas no son, / y cuando las canta el pueblo / ya nadie sabe el autor», deberemos concluir que la gloria de ciertas obras del ámbito literario van unidas a la idea de anonimato o, mejor, al hecho de haber sido asimiladas, incorporadas a la memoria colectiva como un producto auténticamente popular, fruto de una comunidad antes que del genio de un individuo. De ahí la recomendación con que Manuel Machado concluye esos versos: «Procura tú que tus coplas / vayan al pueblo a parar, / aunque dejen de ser tuyas / para ser de los demás. / Que, al fundir el corazón / en el alma popular, / lo que se pierde de nombre/ se gana de eternidad».
En el ámbito de la pintura supongo que también se produce ese fenómeno desde el momento en que comienza a popularizarse, con los avances de las artes gráficas, la reproducción de grandes obras, aunque me cuesta creer que alguien admire la Gioconda, el Guernica o las Meninas ignorando que son obras de Leonardo, de Picasso y de Velázquez. De todas formas, quienes durante décadas para decorar sus casas en España recurrían a enmarcar láminas con paisajes impresionistas, escenas románticas o motivos bíblicos que les resultaban atractivas, de su gusto por las obras en sí, no por el nombre o la fama del autor, en el fondo no hacían otra cosa que confirmar el ‘principio’ machadiano de la gloria popular.
También existen otros baremos para medir la gloria, desde luego. Por ejemplo, que tus cuadros, que gozan de fama y popularidad por haber sido reproducidos masivamente se conviertan, además, en sellos de Correos. Es lo que ha sucedido con cuatro obras del pintor y escultor Antonio López (Tomelloso, 1936), al que se homenajea ahora con una hoja bloque de sellos dedicada al arte contemporáneo. Se trata de cuatro obras: ‘Gran Vía’ (1974-1981), ‘Lavabo y espejo’ (1967), ‘Nevera nueva’ (1991-1994) y ‘Casa de Antonio López Torres’ (1972-1980), esta última un extraordinario dibujo a lápiz en el que aparece la imagen de su tío dentro de una casa con suelos de baldosín, una vieja lámpara y un viejo aparador.
En el primero de los cuadros, ‘Gran Vía’, Antonio López trabajó durante cinco veranos y según él mismo ha contado se levantaba de madrugada para situar el caballete en ese famoso tramo de la vía madrileña y captar la luz del amanecer. Un cuadro de una belleza inquietante, compleja, que trasciende la simple visión fotográfica, que se ha reproducido en miles de ocasiones y que se ha convertido también en un icono de Madrid.
¿Qué mayor gloria para un artista vivo que comprobar cómo sus obras –ya de por sí famosas y apreciadas– sirven para ilustrar los sellos de Correos? Y más en una época en que los envíos postales, las cartas de sobre, papel y cartero de toda la vida están a la defensiva tras los navajeos de la galaxia digital a la galaxia Gutenberg. Los sellos tienen un valor postal de 0,52 euros y la tirada ha sido de 280.000 hojas bloque. Así que por ese dinero, ¿quién no tiene cuatro antoniolópez en casa, aunque sean de Correos?