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Daudet el sabio

ENTRE las frases que me impresionaron durante la adolescencia está esa tan conocida que resuena con la grandeza de un mandamiento bíblico: «Quien a los 20 años no quiere cambiar el mundo no tiene corazón». Una frase que otros –acaso con el descreimiento de la edad– formulaban años más tarde con evidente cínismo: «Quien a los 20 años no quiere cambiar el mundo no tiene corazón… y quien a los 40 años sigue queriéndolo cambiar, no tiene cabeza». Nada de sueños.
León Daudet, hijo del famoso Alphonse Daudet, no gozó de la popularidad que tuvo  su padre con las novelas de la serie Tartarín, pero por esas paradojas del destino o quizás por su largo ejercicio del periodismo y de la crítica ha dejado para la posteridad una buena gavilla de frases célebres. Entre las que se le atribuyen: «No tengo ninguna estima por el hombre que a los veinte años no ha sido realista o comunista». Mis preferidas, sin embargo, son otras dos. Y ninguna de ellas tiene que ver con el radicalismo monárquico y antisemita que tanto marcaron su trayectoria profesional y personal.
La primera: «Los poetas son hombres que han conservado sus ojos de niño». Sólo desde la mirada limpia, inocentemente apasionada de quien permanece ajeno a la erosión de la edad se nos puede conmover con la fuerza de la palabra, con el lenguaje universal de las ‘emociones’. Únicamente desde esa perspectiva se logra traducir los sentimientos que no pertenecen a un país concreto, a una época concreta o a determinadas circunstancias históricas sino al territorio intemporal del hombre, del género humano, y entregarlos en forma de poema o de obra de arte. Me da igual que el autor sea un poeta como César Vallejo o Luis Cernuda o como Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado. O que el poeta sea un cineasta como Fellini o un pintor como Matisse o Antonio López o como Manolo Millares; o un escultor como Calder o como Juan Muñoz.
Y la segunda: «Con los enemigos hay tres soluciones: apartarse de ellos, que es de perezosos, convertirlos en amigos, que es de sabios, y eliminarlos como sea, que es de bribones, políticos, sectarios y guerreros». Esta sentencia de León Daudet me parece el análisis de un hombre con una trayectoria que refuerza su valor testimonial pues no fue, precisamente, ajeno a las polémicas, diatribas y luchas de su tiempo. ¿En qué época dijo o escribió esas palabras? No lo sé. Supongo que pertenecen a sus memorias, tras los años que vivió refugiado en Bélgica, donde se atemperó su antisemitismo pero no el sentimiento nacionalista radical. Daudet no sabía aún que a la vieja Europa le aguardaba la infamia nazi del holocausto y que la añeja práctica de acabar con el contrario, de exterminar al enemigo, sería cultivada incluso con planificación industrial en campos de concentración.
Por fortuna yo creo que la democracia y la cultura acaban convenciendo al hombre que de las tres soluciones que plantea Daudet para los enemigos sólo una es atinada: «convertirlos en amigos, que es de sabios». Las otras dos hay que descartarlas por principio, y más en tiempo de crisis.

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Juan Domingo Fernández

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