QUIENES son conscientes de la fuerza de los medios de comunicación parten de una premisa básica: lo que no se cuenta, no existe. Igual que la luz tiene que ‘chocar’ con algo para perfilar un objeto mediante luces y sombras, los acontecimientos importantes de la realidad social alcanzan esa condición en la medida en que son conocidos, en que se hacen visibles para el gran público. Además de la información, ese principio ilumina también el campo de la publicidad (que es información con intencionalidad comercial) y el de la propaganda (que es información con intencionalidad religiosa, política, ideológica…). Lo que no se cuenta no existe. Atrás quedó ya el viejo refrán castellano: «el buen paño en el arca se vende».
Probablemente en el ámbito de la moral, de los valores personales siga vigente la famosa advertencia que Antoine de Saint-Exupéry formula en ‘El principito’: «lo esencial es invisible para los ojos», pero cuando hablamos de la esfera social, de la realidad condicionada por la vida en común, me parece que el principio vigente es el de las cosas que se pueden ver, medir y pesar.
Decía Heine que todo delito que no se convierte en escándalo no existe para la sociedad. ¿Alguien imagina que hubiera ocurrido si no aflora a la luz pública un hecho tan ‘inocente’ como que el señor Bárcenas posea depósitos en Suiza y en otros paraísos fiscales cebados con millones de euros? Si lo que no se cuenta no existe, el señor Bárcenas seguiría siendo el señor Bárcenas y no el tal ‘Luis el cabrón’. Y que conste que cuando digo Bárcenas podría decir caso Gürtel o caso de los ERE de Andalucía, por referirme a la élite de los escándalos de –presunta– corrupción político-financiera en España.
Por desgracia no se trata de un problema puntual ni reciente. Hasta la Wikipedia le dedica una entrada, que ocupa un espacio interminable, a la corrupción en nuestro país. Adentrarse por esa relación ignominiosa de casos y de nombres sirve para constatar que el patio de Monipodio ha tenido sucursales en toda la geografía nacional. Y dándonos con un canto en los dientes si damos por hecho que lo que dice Heine respecto a los delitos, a los escándalos y a la sociedad es tan cierto como la ley de la gravedad.
Si el optimista dice: «¡Cuántos disgustos nos habremos ahorrado por desconocer detalles de asuntos corruptos!», el pesimista piensa: «¡Vaya país el nuestro, donde hay que elevar a la categoría de escándalo un delito para que se reconozca como tal!». ¿Quién de los dos tiene razón? ¿O acaso la tienen los dos y hay que convivir con esa dualidad? Supongo que es la postura más inteligente.
Sólo que esa postura exige cierto grado de tolerancia para que soportar la realidad cotidiana no nos conduzca a la melancolía. Sabiendo que lo que no se cuenta no existe, por eso resultan más necesarios que nunca medios de comunicación libres y con suficiente vitalidad y rigor para seguir contando antes que «los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa», sencillamente «lo que pasa en la calle». Medios de comunicación comprometidos con la sociedad a la que pertenecen y con su tiempo.