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La vara y la mano

LOS tiempos cambian, pero no las personas, al menos en lo esencial. Según en qué épocas, la educación de los más pequeños ha recurrido a procedimientos en los que dominaba la severidad y otras la tolerancia, pero siempre dando por hecho que la instrucción y la formación personal exigen en la propia casa, en la escuela y en el conjunto de la sociedad el respeto a unos límites, a unas normas que posibilitarán en última instancia la convivencia y el progreso de los pueblos. Dice Voltaire que los ejemplos corrigen mucho mejor que las reprimendas, ¿pero quién no conoce algún caso extremo en que la reprimenda se hizo imprescindible? De niños, alguna pataleta dejó de serlo no por la convicción de las palabras, sino por la convicción del cachete. «Verás cómo se te acaba la tontería…», eran las palabras que escuchabas después y no se te olvidaba el episodio.
Estoy leyendo estos días la biografía novelada que Manuel Chaves Nogales dedicó a Juan Belmonte, considerada modélica en el género. Al rememorar su infancia, el torero sevillano describe hábitos sociales que  además de prescritos hoy nos parecen políticamente incorrectos. Por ejemplo, cuando relata algún caso de castigo físico: «Mi padre tenía una vara de medir. Y con ella me medía las costillas concienzudamente. Apenas me descuidaba ya estaba la vara por el aire buscándome el bulto».
¿He dicho políticamente incorrecto? Y también penalmente incorrecto. Noticia del pasado miércoles: «Piden un año de cárcel para un padre que abofeteó a su hija». Se trata de un vecino de Zaragoza de 36 años. Y de una hija, de 16 años, que pasa los fines de semanas con él. Según el relato que hicieron en la vista oral, la chica le pide que le abone la reparación de un móvil. Él se niega, y ella «empieza a golpear las puertas de la vivienda al tiempo que le insulta». Se va a su habitación y entonces el padre, «con el fin de corregir su actitud», le da una bofetada. Unos vecinos de la escalera escuchan el incidente, llaman a la policía y los agentes arrestan al padre, que permaneció detenido durante 30 horas. El fiscal le imputa un delito de violencia doméstica. La menor, que había retirado la denuncia interpuesta, se negó a declarar contra su padre en el juicio. La abogada de la defensa insistió en que el padre sólo ejerció su «deber de corrección» de una conducta inadecuada de la hija y que además la bofetada no le provocó ningún tipo de lesión. Además del año de cárcel, el fiscal pide una orden de alejamiento para el acusado.
Yo creo que no puede justificarse ningún tipo de violencia física y menos aún la violencia doméstica. Y aunque muchas personas han crecido y no se sienten traumatizadas por haberse ‘ganado’ un cachete montando el número en pleno berrinche, la violencia física contra los hijos no tiene justificación. Tampoco a la inversa.
Recuerdo la frase de Lanza del Vasto: «Ningún conflicto se resuelve por la violencia porque la violencia es el conflicto mismo».  Y en este caso concreto lo que más me sorprende no es el comportamiento del padre y de la hija, sino la calificación legal que se hace del episodio.  ¿Manca finezza?

Juan Domingo Fernández

Sobre el autor

Blog personal del periodista Juan Domingo Fernández


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